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Autorretrato a los 17 años
Breve introducción biográfica
Nacido el 25 de agosto de 1925 en Cunlhat (Puy-de-Dtme, Auvergne), Pialat, pintor de vocación, estudió Artes Decorativas y Bellas Artes antes de iniciarse en el teatro en 1955 para dedicar el resto de su vida al cine, tanto delante como detrás de la cámara como actor y director de cortos, largometrajes y series para televisión.
Este hombre inconformista y de fuerte carácter inició su carrera cinematográfica como actor, faceta que, por ejemplo, llevó a cabo de la mano de Claude Chabrol en Que la bete meure. En 1951 comenzó su carrera detrás de la cámara con la realización de cortometrajes. En 1960, con un cortometraje documental titulado L'amour existe, obtuvo el premio Louis Delluc y el de Venecia, entre otros. Filma en 1969 su primer largometraje, L'enfance nue, interpretado por actores no profesionales y que destacaba por su sinceridad y su carácter autobiográfico, que le valieron el reconocimiento de la crítica pero el éxito le llegaría en 1972 con su segunda película, Nous ne vieillirons pas ensemble. Además, Pialat trabajó para la televisión y su serie La maison des bois, a principios de la década de los años 70, cosechó un gran éxito. Durante su carrera detrás de la cámara, Pialat no olvidó su faceta de actor y trabajó en algunas de sus películas, como en A nos amours o Sous le soleil de Satan. En la década de los años 80 dirigió en varias ocasiones al actor francés Gérard Depardieu, como en Loulou (1980), en la que intervino Isabelle Huppert; Police (1985), con la participación de Sophie Marceau, y Sous le soleil de Satan (1987), filme inspirado en la novela de Bernanos. Antes de rodar en 1995 su última película, Le garçu, el director rindió un homenaje a una de sus grandes pasiones, la pintura, con el filme Van Gogh (1991), con el que se colocó entre los grandes realizadores franceses. «Vosotros no me queréis, pero yo tampoco os quiero», respondía Maurice Pialat, rabioso y con el puño en alto, al público de Cannes que en 1987 abucheaba la concesión de la Palma de Oro a su película Bajo el sol de Satán. La anécdota ilustra la tormentosa relación de un cineasta de una sensibilidad a flor de piel, temperamental, inconformista y a menudo incomprendido no sólo por sus espectadores sino con todos los que le rodeaban. Siempre en pos de los sentimientos en carne viva y de los miserables, los atormentados y los ángeles caídos, Pialat se consideraba uno de ellos y se rebelaba contra un sistema cinematográfico que no comprendía. «No consigo mentir», decía. Hombre muy solitario, se hizo de la reputación de que hacía sufrir a sus actores, insistiendo en interminables e improvisados diálogos. A pesar de su explosivo temperamento, Pialat encontró amigos de verdad en actores de la talla de Depardieu e Isabelle Huppert, que creyeron en él y junto a él hicieron algunas de sus mejores interpretaciones. Pialat murió el 11 de enero de 2003, a los 77 años de edad. "Era un pesimista, un rebelde, sabía que hacer con su desesperación: películas. No transformaba la realidad, no la sutilizaba: la contaba. Maurice no estará más con nosotros, estoy triste" (Isabelle Huppert).
Extraído de diferentes sitios web y compilado para esta introducción.
Pinturas de Pialat [1942-1947]:
Maurice Pialat - La esencia de la realidad
por Jorge García
A lo largo de su historia, el cine francés se ha caracterizado, de un lado, por la existencia de movimientos relevantes en el desarrollo cinematográfico mundial y, del otro, por la presencia de figuras marginales, difíciles de encasillar dentro de esos movimientos (dejo expresamente fuera de esta categoría a maestros del cine como Jean Renoir y Robert Bresson). Si durante las décadas del 30 y 40 el llamado “realismo poético” representó la tradición de qualité dentro de esa cinematografía, con exponentes tan conspicuos como los directores Marcel Carné y Julien Duvivier y los guionistas Jacques Prévert y Charles Spaak –ferozmente cuestionados en su momento por los jóvenes cahieristas, aunque luego alguno de ellos se retractara–, también aparecieron por fuera de esa corriente realizadores que, como Jacques Becker y Jean-Pierre Melville, anticiparon el surgimiento de la Nouvelle Vague, un movimiento que, primero en la crítica y luego en sus películas, demostró que era posible hacer un cine diferente del que se conocía hasta ese momento en Francia. Pero decía que también existieron directores marginales, de escasa difusión comercial y a la espera de un estudio profundo de su obra, un terreno donde se podría encuadrar en los años previos al surgimiento de la Nouvelle Vague a Marcel Pagnol y Sacha Guitry, y en las últimas tres décadas, a quienes fueron probablemente los más importantes directores franceses posteriores a ese movimiento: Jean Eustache (quien se suicidó con apenas 43 años) y Maurice Pialat.
Una caracterización apresurada de la filmografía de Pialat ha tendido a identificar sus mecanismos narrativos con los propuestos por el llamado cinéma vérité, pero la simple visión de sus films destruye rápidamente esa afirmación. En cuanto a los rasgos estilísticos principales de su obra, se debe señalar ante todo que se trata de un director que construye sus ficciones con un rigor casi documental en la búsqueda obsesiva de la “verdad” dentro de cada plano. Enemigo de los guiones planificados de antemano, sus films se van estructurando sobre la marcha con un amplio margen de improvisación, recurriendo a planos largos –en muchos casos rodados en tomas únicas– en los que adquieren un rol preponderante el montaje dentro del cuadro y la intensidad del trabajo de los actores (Pialat –él mismo, también un excelente actor– pertenece a la categoría de directores considerados “dictatoriales” con sus intérpretes –en varias ocasiones no profesionales– en su afán por conseguir los resultados buscados). Si bien en sus films no escasean las referencias autobiográficas, la objetividad y el distanciamiento con que están presentadas las distintas historias, su tono seco y austero, no exento de ambigüedad, su aparente impasibilidad ante los hechos narrados que encierra toda una postura moral y la absoluta ausencia de sentimentalismo los convierten en lúcidas crónicas que exceden ampliamente el plano personal para transformarse en descarnadas reflexiones sobre distintos aspectos de aquello que llamamos “realidad”. En su obra pueden, por cierto, detectarse ecos de otros realizadores (Bresson, por el ascetismo de la puesta en escena, aunque sin sus resonancias místicas y religiosas; Cassavetes, por la manera de aproximarse a los personajes, sobre todo en los dos films protagonizados por Depardieu, sin la tendencia al psicodrama recargado del realizador norteamericano), pero es tal vez Roberto Rossellini el director más afín a la obra de Pialat en su utilización del tiempo real de cada escena como una manera de descubrir la auténtica esencia de la realidad y su verdad más profunda.
Las características señaladas pueden apreciarse en la cruda descripción de la vida cotidiana de un niño que, abandonado por su madre, comienza precozmente a relacionarse con la delincuencia (La infancia desnuda), en el progresivo deterioro de una relación de pareja sostenida trabajosamente a lo largo de los años (No envejeceremos juntos), en la manera en que afecta a un hombre y su pequeño hijo la lenta agonía de su esposa aquejada de una enfermedad terminal (Con la boca abierta, un film de una crudeza y verismo casi insoportables), en los conflictos de un grupo de adolescentes en una pequeña granja rural (Passe ton bac d’abord), en la mirada pesimista sobre la Francia de los años posteriores al Mayo de 1968 (cercana a la de Jean Eustache en la formidable La mamá y la puta) en Loulou; en las repercusiones que provoca en una familia la conducta promiscua de una adolescente –Sandrine Bonnaire, descubierta por Pialat, en su impactante debut– (A nuestros amores), en el riguroso estudio de caracteres tras la aparente estructura de película “policial” (Policía); en la reflexión sobre la fe, la salvación y el demonio desde el punto de vista de un agnóstico en Bajo el sol de Satán, adaptación de una novela de George Bernanos, cuya premiación en Cannes irritó a buena parte de la prensa internacional, o en la incidencia que provoca en un adolescente la muerte de su padre (Le garçu, su último film). Dejo para el final Van Gogh, posiblemente su obra maestra, una personalísima mirada sobre el torturado pintor holandés –y por extensión sobre el rol del artista en el mundo– centrada en sus últimos tres meses de vida, que elude los tópicos habituales sobre sus histéricos arranques de locura para presentarlo como un personaje melancólico, sensible y depresivo (una gran interpretación de Jacques Dutronc).
Maurice Pialat fue un artista mayor, no sólo en el cine francés, sino también en el cine a secas, cuyo reconocimiento masivo aún no ha llegado. Como todo artista intransigente en sus principios –no sólo estéticos sino también éticos–, su obra casi nunca se codeó con el éxito comercial, ni siquiera en Francia, y su obsesiva búsqueda de autenticidad le hizo bucear en episodios de su propia vida, presentados siempre sin ningún tipo de concesión sentimental. Más allá del reconocimiento actual de algunos sectores de la crítica, no es prematuro afirmar que su obra, como la de todos los grandes creadores de la historia del cine, se agigantará con el paso del tiempo.
Fuente: http://www.elamante.com/nota/1/1937.shtml
[1925-2003]