El próximo 16 de julio se cumple el centenario del nacimiento de Barbara Stanwyck, y sirva este artículo publicado en ABCD las artes y las letras y firmado por E. Rodríguez Marchante, para recordar a unas de las mejores y más completas actrices norteamericanas.
"Siempre en el vértice, en el lugar donde se colocan los faros, Barbara Stanwyck ha sido una actriz extrema, capaz de dinamitar la vulgaridad con sus personajes, fueran vulgares o no, y experta en combinaciones extrañas en las que la dureza, la aspereza y hasta la crueldad eran el condimento básico para la comedia, el amor o la melosidad. Compuso cientos de personajes, y algunos de ellos tan imposibles y certeros que hasta su nombre resulta provocador, como Sugarpuss O?Shea (la cabaretera deslenguada de Bola de fuego, Jane Harrington (la pícara seductora de Las tres noches de Eva) o Phyllis Dietrichson (la mantis laica de Perdición)?
Pero, en cuestión de nombres, empezaremos por ella misma. Ciertamente, son muy pocas las Bárbaras que se llaman realmente Bárbara (no es fácil colocarle ese feroz nombre a un bebé sonrosado), y desde luego Barbara Stanwyck no se llamaba ni una cosa ni otra. Ruby Catherine Stevens, tal era el nombre de esta neoyorquina de Brooklyn que muy pronto cambió la B de Broadway por la B de Barbara rumbo a Hollywood. Y en Hollywood lo hizo todo, incluso morirse mucho tiempo después (1990 en Santa Monica).
Diosa despreciada. Hizo cine cuando el mudo, hizo cine cuando el negro, hizo cine en blanco y negro, en color, en comedia y en drama, hizo western, musicales y seriales de televisión?, se casó poco y, por lo tanto, se divorció también sin exceso: su segundo y último marido fue el coleccionista de romances-exprés Robert Taylor, con quién vivió un adorado tormento hasta 1950, año en el que la actriz superó definitivamente ese síndrome hollywoodiense de relacionar vicaría y abogados.
En fin, Barbara Stanwyck, de quien ahora se celebra el primer siglo de su nacimiento, tuvo una vida larga y señalada de éxitos, aunque ninguno probablemente tan grande como el de pertenecer ya definitivamente a ese reducido y selecto grupo de grandes actores a los que la Academia de Hollywood nunca les dio un Oscar por su interpretación en una película. A ella, como a algún otro de ese club de los dioses despreciados (que preside, como todo el mundo sabe, Cary Grant), le llegó su Oscar con el apellido Honorífico, lo que la convierte en una diosa despreciada con medalla impuesta.
Y tuvo sus oportunidades la Academia de evitarse este trance en el caso de Barbara Stanwyck, pues en cuatro ocasiones fue elegida candidata a ganarlo: por su impresionante papel de madre tremenda en Stella Dallas, de King Vidor; por el ya mencionado de la simpática canalla de Bola de fuego, de Howard Hawks; por el de mujer fatal en Perdición, la obra maestra de Billy Wilder, y por el de mujer acorralada en Voces de muerte, el negrísimo thriller de Anatole Litvak.
Versátil. Y sin salirse de estas cuatro películas se aprecia la segunda gran cualidad de Barbara Stanwyck como actriz (la primera quedó convenida que era ésa de interpretar en el extremo, en el lugar donde se colocan los faros), la versatilidad, su capacidad para encarnar a personajes absolutamente distintos, a patrones femeninos, opuestos, incluso a modelos de mujer por completo contradictorios: la tosca y emotiva Stella Dallas comparte apenas nada con la chispeante y granuja stripper Sugarpuss, en esa película, Bola de fuego, que se ha calificado en ocasiones como una versión adulta -y felizmente adulterada- de Blanca Nieves y con un enanito gigantón, Gary Cooper, genial y con el que haría ese mismo año (1941) otra obra maestra del género (¿cuál?), Juan Nadie.
Y naturalmente ninguno de estos dos personajes tiene relación cercana o lejana con el que probablemente es el mejor de su carrera, el de Phyllis Dietrichson (¿tal vez una broma de Wilder o de su guionista en esta ocasión Raymond Chandler, al apellidarla como a la mítica Marlene?), la cual queda compuesta en Perdición de tal modo ceñido y ajustado que está considerada al club de las mujeres fatales lo que las cinco jotas al club del jamón? Y no es preciso señalar la distancia que hay entre su modo de componer este personaje con el de víctima indefensa (frente a Burt Lancaster) en Voces de muerte.
Versatilidad, sí, pero en su caso llega a tales extremos que podría confundirse con inconstancia: sus comienzos fueron allí, al fondo de la zona de baile de las Ziegfiel Follies, y siempre se consideró ?y en cierto modo, la consideraron? como una actriz de musical, género que cultivó en sí mismo y dentro de otros géneros (su número musical en el arranque de Estrella de variedades, una curiosa mezcla con el thriller que hizo Wellman en 1943, cuando ella ya tenía casi sus cinco puntas de estrella, es sencillamente asombroso), pero sus aptitudes para el drama, casi a la altura de Bette Davis, y sorprendentemente para la comedia, casi a la altura de Katharine Hepburn o Joan Crawford, la permitieron cabalgar entre esos dos géneros; en cuanto al camino entre el cine negro y el western, en su caso, no es una cabalgada, sino más bien una estampida.
No reinó, pero... Su biografía, como tantas otras, fue un tormentoso mar en calma. Nunca se antepuso la pulpa de su vida a la de su profesión, a pesar de sus once años de matrimonio con Robert Taylor, y a pesar, sobre todo, de que mantuvo una estrechísima amistad con William Holden, a quien conoció el año de su boda con Taylor durante el rodaje de Golden Boy (Mamulian, 1939). Es en su filmografía donde da más que hablar Barbara Stanwyck, y a la que, a pesar de su extensión, nunca rebajó su ruta a rutina.
Trabajó con todos, insistentemente con Capra y Wellman, pero con todos, incluido John Ford (The ploug and the stars, 1936), y con algunos de ellos alcanzó la cumbre, como con Wilder y Perdición, o con Cecil B. De Mille y Union Pacific, o como Preston Sturges y Las tres noches de Eva (¡qué escena ésa en la que «caza» con su tacón a un irrepetible Henry Fonda, el experto en reptiles y multimillonario Charles Pike, que agotará los smoking de su fondo de armario en una aciaga noche de salpicaduras y churretes!); o con Lewys Milestone en la sombría El extraño amor de Martha Ivers (con un guión de Robert Rossen); o hasta con el mismísimo Fritz Lang de Encuentro en la noche, película de brutal brillantez con ella manejando la dinamita y con un Robert Ryan lapidario y fantasmón, además de una Marilyn Monroe que empezaba a pasar por allí; o finalmente ese otro número extremo, en el lugar del faro, que realiza en La gata negra, de Edward Dmytryk, donde Barbara Stanwyck -y entre todo ese festival de y griegas- interpreta a una lesbiana que regenta un burdel?
No fue la reina de la comedia ni del screwball, como Kateharine Hepburn, pero hizo Bola de fuego y Las tres noches de Eva. No fue la reina del drama ni del melodrama, como Bette Davis, pero hizo Stella Dallas. No fue la compañera de Bogart en ningún negro de culto, como Lauren Bacall o Ingrid Bergman, pero hizo Perdición? Y no hemos hablado de la cadenita en el tobillo ni de la bajada de escaleras. Para cuando cumpla dos siglos."
Saludos