Muy divertida película, con un ritmo frenético, una historia divertida, el matrimonio de banqueros te hace reir continuamente, -él con buen corazón, pero harto de los dispendios económicos de su esposa y de la vaguería de su hijo Ray Milland, también genial-. Jean Arthur actúa muy bien como chica humilde que le cae la fortuna caída del cielo y consigue con su cara angelical que te enamores de ella. Guión francamente fantástico, con diálogos muy buenos y divertidos. Contiene escenas realmente geniales y largas, como la de la cafetería, con esa invasión de la gente, o como la de los vaivenes de la bolsa, provocados por la decisión de la chica humilde, que preguntada, por error, afirma que el cobre va a bajar, cuando ella no tiene ni idea de temas bursátiles.
Nada que criticar, es divertida hasta la escena final.
Gracias a Preston Surges y a Mitchell Leisen.
Nota 10 sobre 10.
Así que enciendan el televisor y música maestro.
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Una genial “screwball comedy”.
Fue un subgénero muy popular durante los años 30 y 40, que se caracterizaba por sus situaciones ridículas, decorados lujosos, diálogos rápidos, equívocos hilarantes, mujeres con una fuerte personalidad que suelen ser el centro de la trama involucrada en una historia de amor romántico. Y sobre todo con la clara intención de evadir al espectador que en aquella época de penurias por la depresión económica y los tiempos convulsos que iban a propiciar el gran conflicto bélico mundial. Una comedia casi desconocida en España, con un gran guión del posteriormente cineasta Preston Sturges, sobre un argumento de Vera Caspary, Leisen consigue un perfecto maridaje entre las pretensiones de la historia y los resultados de su puesta en escena.
La trama no puede ser más descabellada, Mary Smith (Jean Arthur) es una humilde trabajadora que viaja en un autobús descapotado por la 5ª Avenida neoyorquina, cuando de repente le cae sobre su cabeza un abrigo de visón que le cambiará la vida. El abrigo en cuestión es de la esposa de un banquero millonario, J. B. Ball (Edward Arnold) que tras una discusión, éste lo arrojó por la azotea. La chica intenta devolverlo pero al hacerlo toda la ciudad cree que se trata de una “amiguita” de Ball y por circunstancias equívocas, comienzan a agasajarla con todo tipo de lujos. Pero, no es menos cierto que tras la caída del visón en su cabeza, ella se gira hacia el asiento trasero, inquiriendo: “¿Qué es esto…?, a lo que un hombre de aspecto hindú, le contesta imperturbable, “Kismet” (el destino). A partir de entonces comienza la peripecia jocosa e increíble, esa (vida fácil) a la que alude el título original del film, pero también plena de ironía y sarcasmo sobre una estúpida sociedad obtusa.
Si hay un film que rezuma el lujo y la fascinación por el glamur que desprendía el cine americano de los años 30, este es sin duda “Easy living”, cuando las privaciones como consecuencia del crack económico no remitía, el cine ofrecía un rato de entretenimiento y diversión a un precio módico. Sólo la pantalla grande proporcionaba la posibilidad de asomarse a un mundo maravilloso, poblado de millonarios excéntricos, iracundos y ridículos, jóvenes idealistas y secretarias que dormían en sábanas de seda, en un ambiente suntuoso y frívolo. Leisen, de hecho recurre a dos tipos e humor: a la comedia elegante, romántica – invirtiendo los roles sociales –, y al “slapstick” del cine mudo, como la famosa escena del restaurante “self service” con la irrupción de todos los mendigos.
Mención especial merecen Jean Arthur, prototipo de chica americana moderna e independiente, el orondo Edward Arnold, como el irascible banquero, alias “The Bull”, el toro en alusión al monumento en Wall Street, no es casual que ambos fueron actores requeridos para las emotivas y divertidas fábulas del maestro Frank Capra. Ray Milland como galán e hijo pródigo del millonario que quiere ganarse el sustento sin los favores paternos. Sin olvidar el excelente cortejo de secundarios imprescindibles. Una pena que a Michel Leisen, los aficionados no podamos disfrutar de algún ciclo televisivo sobre su gran obra, repito, casi desconocida.
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Elegancia, sofisticación y divertimento asegurado
“Una chica afortunada” vale como claro ejemplo de un tipo de cine de estudio, inteligente, bien planificado, con una estructura impecable, buenas interpretaciones y situaciones alocadas al más puro estilo screwball comedy.
Con Mitchell Leisen a los mandos (hombre de estudio y gran gusto cinematográfico: “Mentira latente”, “Si no amaneciera”, “Casado y con dos suegras”, “Medianoche”, “Recuerdo de una noche”, “Vida íntima de Julia Norris”…) y el colosal Preston Sturges a los guiones (hablar de “Los viajes de Sullivan” o “Las tres noches de Eva” son palabras mayores) el producto no podía defraudar, y así fue.
Historia simple pero efectiva, con una Jean Arthur guapísima y elegante como siempre y un jovencito Ray Milland, Edward Arnold da vida a un banquero (padre de Milland) aportando tablas y presencia escénica (memorables sus escenas con la Arthur).
Con momentos realmente divertidos como la escena del autoservicio y diálogos ágiles y ácidos con el sello de Sturges, el film se disfruta con una sonrisa en la cara desde que comienzan los títulos de apertura hasta el fin.