Los niños de Oishi
El título hace referencia a los doce niños del primer curso en un pueblo japonés cuya nueva profesora, Oishi, despierta rechazo entre sus gentes por vestir con traje e ir en bicicleta. Es 1928 en un lugar pobre y tradicional donde los pequeños apenas juegan pues ayudan a cuidar de sus hermanos menores o en la pesca a sus padres.
Se cuenta la relación de la maestra con los alumnos a lo largo de los años, en la que hay muchos momentos entrañables como el de los niños que escapan para ir solos a verla, otros emotivos con la imagen de un pupitre vacío indicando a una niña ausente, o cuando se pasa lista al nuevo curso en el que hay varios hijos de los chicos con los que ella empezó a enseñar.
En el desarrollo de la historia, Kinoshita descubre su sentir antibelicista y apasionado humanismo por encima de todo, utilizando magistralmente el paisaje a veces inhóspito, durante las fuertes lluvias, otras cálido con los árboles en flor o en los paseos en barco, destilando encanto, sencillez y serena belleza formal, adoptando un punto de vista siempre sensible y tierno. Es por ello extraño que sea un director bastante desconocido a diferencia de los venerados Kurosawa, Ozu, Mizoguchi, Ichicawa , etc., pero suya fue la primera versión en 1958 de La balada de Narayama, por poner un ejemplo, que bastantes años después llevó al éxito Imamura y en 1951 realizó Karumen kokyo in kaeru (Carmen vuelve a casa), la primera obra japonesa en color.
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Educación, feminismo y antimilitarismo: de la mano en una gran película.
Esta película supone mucho más de lo que dice el parco resumen de Filmaffinity. Desde mi punto de vista una de las mejores películas antibelicistas y antimilitaristas que he visto... y eso que no hay ni una sola escena de guerra.
Por otra parte un canto a la educación abierta donde lo principal es la comunicación, la empatía y la sinceridad.
También una visión muy realista del papel de la mujer y su necesidad de emancipación en un tiempo en que esto todavía no estaba del todo claro.
Creo que no debe asustar el metraje tan largo. La película es sosegada, pero mantiene el ritmo hasta el final... entre otras cosas porque abarca unos 30 años de historia, desde 1928 hasta el final de la II Guerra Mundial.
Por último decir que no decepcionará a quienes esperen un trabajo cinematográfico exquisito. A destacar, desde mi modesta opinión, el vestuario y la fotografía.
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Conmovedor film japonés situado en la pequeña y humilde isla de Shodoshima a finales de los años 20. Ahí llegará una joven profesora nueva llamada Hisaki Oishi que se encargará de educar a doce alumnos de primer curso (de ahí el título del film, ya que serán los veinticuatro ojos de estos niños los que estarán observándola durante su primer año en la escuela).
Ésta es junto a La Balada de Narayama (1958) la película más famosa del olvidado director Keinosuke Kinoshita, que también firma el guión basándose en la novela original. Veinticuatro Ojos es uno de los mayores exponentes de la excelente salud de la que gozaba el cine japonés en los años 50 tras haber superado la dura Postguerra y que le permitió darse a conocer exitosamente en occidente.
En mi opinión, una de las claves del film es que consigue combinar perfectamente momentos preciosos y emotivos con otros de una terrible crudeza. Kinoshita no cae en el recurso de mostrar en la primera parte una visión idealizada de la infancia de los niños para después mostrarnos su futuro sino que en todo momento planea sobre los niños la amenaza de lo que les espera en el mañana, de hecho una de los primeros comentarios que hace la profesora a su madre sobre sus jóvenes alumnos es que después de clase no tienen tiempo para jugar porque han de ayudar a sus humildes familias a seguir adelante.
Los tiempos se vuelven duros, Japón se va a enfrentar a un largo periodo de guerras y en la escuela Hisoki sufre amenazas de ser acusada de comunista. Incapaz de poder contemplar cómo las vidas de sus adorados niños se abocan a la desgracia, decide dejar el trabajo de profesora: “Me gustaría dejarlo y abrir una tienda de dulces. Creo que he hecho todo lo que he podido por mis estudiantes, pero es imposible que haya lazos duraderos entre nosotros. Los profesores y los alumnos están unidos por los libros de texto oficiales. Siempre es “lealtad y patriotismo”, la mitad de mis alumnos quieren ser soldados… ¡lo odio!“. A lo que su marido responde irónicamente “¿Quieres acabar con la guerra abriendo una tienda de dulces?”, dando a entender algo que ella pronto descubrirá por sí sola y es que por mucho que intente huir de la realidad alejándose de la escuela, tendrá que seguir enfrentándose con ella.
Cuando la paz vuelve a Japón, Hisoki decide entonces regresar a la escuela, donde ahora enseñará a los hijos de sus antiguos alumnos. En homenaje a su antigua profesora, los supervivientes de aquella clase hacen una fiesta en su honor. En cierto momento de la fiesta surge un momento precioso cuando contemplan la fotografía que se hicieron juntos 17 años atrás siendo unos niños y le preguntan a uno de los presentes, que se ha quedado ciego por culpa de la guerra, si la recuerda. Éste responde que la puede ver perfectamente y empieza a describirla con detalle. Tras tanto tiempo y tantas desgracias, sigue permaneciendo imborrable en sus mentes el recuerdo de los rostros de aquellos felicentes e inocentes rostros de unos niños aún inconscientes del futuro que les esperaba.