La subyugante fascinación de la maldad
Desde los mismos títulos de crédito, subrayados por las poderosas notas del brillante tema musical del gran Alfred Newman, somos conscientes de que estamos a punto de ver algo grande y ciertamente “Que el cielo la juzgue” es CINE con mayúsculas.
Una bellísima mujer -una Gene Tierney inconmensurable- conoce a un escritor de éxito, se enamoran y se casan, pero no tardaran en aparecer los problemas cuando la pasión amorosa de ella, posesiva y patológica vaya destruyendo todo aquello que cree que intenta separarla del objeto de su pasión enfermiza, llegando a las últimas consecuencias, incluso más allá de la misma muerte.
Soberbio melodrama y la obra maestra de John M. Stahl, -un director a reivindicar con urgencia-, que rodaba con “Que el cielo la juzgue” su primer film en color, con una extraordinaria fotografía en Technicolor de Leon Shamroy, nos ofrece el fascinante retrato de una mujer tan bella como patológicamente perversa, jugando hábilmente con la ambigüedad moral de la belleza de una Gene Tierney, sencillamente perfecta, que nos ofrece una interpretación sublime, profunda y de gran complejidad psicológica, en uno de los papeles más emblemáticos de su carrera, en las antípodas del personaje que interpretara en otro de sus grandes films, la mítica “Laura”.
Uno de los mejores melodramas de la Fox y de la historia del cine “Que el cielo la juzgue” demuestra, quizás como ningún otro film, la fascinación que ejercen sobre el espectador los personajes que encarnan el mal. La sobria; imaginativa y eficaz puesta en escena, junto a la formidable dirección; sensible y al mismo tiempo de un gran vigor narrativo de un John M. Stahl en la cumbre de su arte, nos sumergen en esa fascinante historia de perdición, desde las paginas de un brillante guión, a través de un larguísimo flashback, que nos atrapa desde el primer hasta el ultimo fotograma de este film sobrecogedor. Seria injusto resaltar solo algunos de los innumerables momentos antológicos de un film repleto de momentos antológicos, pero no puedo dejar de pensar en esas oníricas e inquietantes imágenes de Ellen, a caballo, esparciendo las cenizas de su padre en medio de un paisaje de salvaje belleza; en la escalofriante secuencia en la que Ellen contempla impasible desde la barca, tras unas gafas negras que ocultan sus ojos, el agónico final de su indefensa victima; en ese momento de mágica maldad en la que es capaz de matar a una vida inocente en pleno delirio de posesión, sin olvidar ese noqueante final de un film antológico que ya forma parte de la mítica del cine de todos los tiempos. Obra maestra absoluta de un director injustamente infravalorado.
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El otro lado de la Luna
Es el film más conocido del realizador John Stahl (1886-1950), maestro de Sirk y Wyler. El guión, de Jo Swerling (“Náufragos”, Hitchcock, 1944), adapta la novela de éxito “Leave Her to Heaven” (1944), de Ben Ames Williams (1889-1953). Se rueda en escenarios naturales de California (Bass Lake, Monterrey...), Arizona (Granite Dells, Sedona...), Nuevo Méjico, Maine y Wyoming, con un presupuesto de 5 M USD. Nominado a 4 Oscar, gana uno (fotografía color). Producido por William A. Bacher para la Fox, se proyecta en sesión de preestreno el 19-XII-1945 (EEUU).
La acción dramática tiene lugar en Rancho Jacinto (Nuevo Méjico), Warm Springs (Georgia), Bar Harbor (Maine), Back to the Moon y otras localizaciones en el campo. El joven novelista Richard Harland (Wilde) conoce durante un viaje en tren a Ellen Berent (Tierney), con la que se casa pocos días después. Ellen es celosa, posesiva, no quiere compartir a Richard con nadie y arrastra un oscuro trauma psicológico del pasado, posiblemente relacionado con abusos sexuales durante la infancia. Es atractiva y adorable. Tiene un rostro angelical. Esconde un temperamento frío, perverso y egocéntrico, capaz de arrastrar a todos los que la rodean a la perdición. Richard, de 30 años, natural de Boston, de sólida formación superior, aprecia el aislamiento y la soledad, vive entregado a su trabajo de novelista y no presta a su mujer la atención que ésta necesita. Siente pasión por su hermano discapacitado, Danny (Hickman), y profesa gran simpatía a Ruth (Crain), la hermana adoptiva de Ellen. Le gusta retirarse a un lugar apartado, llamado Back to the Moon (El otro lado de la Luna), enclavado en plena naturaleza, donde trabaja a placer.
El film suma drama, cine negro, romance, intriga y thriller. Desarrolla un melodrama intenso y duro, que se ambienta en escenarios campestres y al aire libre, inusuales en los dramas del momento, rodados en blanco y negro y en escenarios mayoritariamente interiores. Narrado mediante un largo flashback, presenta una fascinante y sobrecogedora historia de celos obsesivos, envidia, deseos de venganza y perdición. La protagonista encarna una figura memorable de maldad femenina, en boga en el cine norteamericano de los años 40 y en la línea con los interpretados por Bette Davis, Joan Crawford y otras actrices del momento.
Los caracteres están dotados de profundidad psicológica y se presentan adecuadamente perfilados. Es destacable la inexpresividad de Ellen, su distanciamiento, sus ausencias mentales y su irascibilidad, que introducen en el relato elementos que sugieren un estado mental de alienación y de desequilibrio. Esta posible base patológica, asociada a traumas infantiles derivados probablemente de una prolongada relación incestuosa con el padre (la madre dice que amó demasiado a su padre), podría explicar comportamientos obsesivos capaces de realizar las más hirientes atrocidades.
Ellen compone uno de los personajes más malvados y perversos del cine de todos los tiempos, comparable a Margo Channing (“Eva al desnudo”, Mankiewicz, 1950), “Baby Jane” Hudson (“¿Qué fue de Baby Jane?”, Aldrich, 1962) y otros. La interpretación de Gene Tierney es memorable en su encarnación del mal. La actriz, de 25 años durante el rodaje, se encontraba en la cima de su carrera profesional, que declinaría unos años después a causa de los desarreglos psicológicos que se presentan tras el nacimiento de un hijo con síndrome de Down. Se considera en general que el trabajo de Tierney en el film es de un nivel comparable, al menos en gran parte, al que realiza en “Laura” (Preminger, 1944). Cornel Wilde cumple con discreción y eficacia. Jeanne Crain, principiante y encantadora, entrega un trabajo limpio y convincente.
El título original de la obra reproduce un fragmento de una frase del Acto I, Escena V, de “Hamlet”, de Shakespeare. Es el film más costoso que realiza la Fox en la década de los 40. El vestuario de Tierney, diseñado por Kay Nelson, es variado, elegante y apropiado en formas y color a los sucesivos lances de la acción. Apoya la moda emergente tras la IIGM del pantalón femenino como prenda elegante, distinguida, cómoda e informal.
Son escenas memorables la de Ellen y Danny en el estanque, la caída por las escaleras, la de esparcir a caballo por el campo las cenizas del padre, la secuencia de las pruebas incriminatorias contra la acusada en el juicio y otras.
La banda sonora, de Alfred Newman, ofrece una partitura que combina solemnidad, grandeza, drama e indicaciones de desequilibrios psicológicos. Acompaña con eficacia las escenas más emocionantes. Destacan los cortes titulados “Train Music”, “Spreading the Ashes”, “Ellen and Danny on the Lake”, “Fall Down the Stairs” y “Finale”. Añade dos fragmentos del “Nocturno nº 2”, de Chopin (al piano), “Chickens in the Garden” (canción tradicional) y “Deedle Deedle Dum Dum”. La fotografía, de Leon Shamroy (“Cleopatra”, Mankiewicz, 1963), en color (technicolor), crea una narración visual espléndida, que se basa en angulaciones precisas y planos excelentes. Predominan los azules, posiblemente como homenaje al azul de los ojos de Tierney.
El film es una de las cimas del melodrama del cine norteamericano de los 40.
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QUE EL CIELO LA JUZGUE
La obsesión perpetua del amor incestuoso por un padre. Por el esposo después, llevada a un punto final de delirio, celos, y crimen premeditado. Gene Tierney nos ofrece un impactante e inolvidable recital interpretativo de la perversidad sin la menor vergüenza ajena. Disfrutable hasta el fin. Su belleza es inextinguible. El débil Cornel Wilde cae en sus garras. Jeanne Crain, más guapa que de costumbre, oye, ve y sufre en silencio tanta ignominia. El vitriólico Vincent Price, que padece idéntica pasión, se salva de ella, pero acusa, acusa... La Tierney nos pone los pelos de punta, entre un revuelo de tul azulado, con su aborto premeditado frente a una escalera dantesca donde se exalta su maldad, casi alada. ¡Deseamos que muera! ¡Quizás por ello le arrebataron el Oscar! ¡Melodrama sin pelos en la lengua del mejor John M. Stahl, capaz de convertir una mala novela en una verdadera obra de arte cinematográfica! ¡El Technicolor es glorioso!