Al gran Otto Preminger se la daba mucho mejor el cine negro que el melodrama. La contundencia de su cine, su racionalidad germánica (menos inspirada que en el caso de Fritz Lang). Los encuadres perfectos y los movimientos de cámara tan medidos eran capaces de sacar oro puro cuando afrontaba el género criminal, pero con el melo la verdad es que los resultados se quedan bastante fríos, por debajo, faltándole esa chispa de locura y desenfreno que requiere el género y sobrándole esa concepción tan cerebral que acaba quitando intensidad a un argumento que requería otro tratamiento más intenso.
Pese a todo Daisy Kenion es una espléndida película, un sólido producto de su época con grandes actores en su mejor forma (contra todo pronóstico Mrs. Crawford no se merienda a sus compañeros de reparto como era su especialidad) y Preminger da buen brío a una historia algo manida que según en que manos hubiese caido hubiera sido o insoportable o una indiscutible obra maestra.
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Daisy
Singular y atípico melodrama del realizador Otto Preminger (1906-86). El guión, de David Hertz, adapta la novela “Daisy Kenyon” (1945), de la neoyorquina Elizabeth Janeway (1913-2005). Se rueda en escenarios reales de Cape Cop (Provincetown, MS) y en los platós de Fox Studios (Century City, L.A.). Producido por Otto Preminger para la Fox, se estrena el 25-XII-1947 (EEUU).
La acción dramática tiene lugar en NY, Washington y Cape Cop (MS), a lo largo de varios meses de 1945-46. Daisy Kenyon (Crawford) es una atractiva diseñadora que trabaja en NYC para una revista de modas. Desde hace tiempo mantiene una relación amorosa con Dan O’Mara (Andrews), abogado de renombre, casado y padre de dos niñas. Poco después de la finalización de la IIGM conoce al sargento Peter Lapham (Fonda), que luchó en Normandía (Francia). Daisy, de unos 35 años, es independiente y honesta. Vive sola y es soltera. Dan, próximo a los 40 años, goza de buena posición y de prestigio profesional. Es competente y dominante. Peter, de unos 40 años, viudo desde hace 5 años, es tolerante, comprensivo, honesto, sincero y sencillo.
El film suma drama y romance. La versatilidad de Preminger, acreditada por su hábil manejo del cine negro, el western, la comedia, el musical y el drama, le permite resolver con solvencia y eficacia una obra melodramática, a la que imprime el sello de su fuerte personalidad, su potente capacidad narrativa y su originalidad. Frente a las soluciones habituales del género, Preminger opta por un desarrollo exento de sobresaltos, excesos y exageraciones. Adopta un estilo contenido y equilibrado, aunque no por ello falto de profundidad y expresividad. El tono maduro y sereno del relato se apoya en la contemplación distante de los hechos y la ausencia de juicios morales. El film aporta toda la información necesaria para que el espectador pueda definir su posición y, al amparo de la misma, se deje llevar por una corriente de sentimientos y emociones.
Como es habitual en el realizador, su trabajo delata el interés que siente por los temas complejos y duros, y por las posiciones transgresoras. El análisis que desgrana de las relaciones afectivas de hombre y mujer en los tiempos de su madurez, visto con ojos actuales, resulta correcto y pertinente. En el momento de su estreno, éste era visto por muchos como una incursión en una cuestión que entraba en conflicto con grandes prejuicios y con actitudes generalizadas de intolerancia, intransigencia y ruptura. Preminger se sitúa en posiciones adelantadas y arriesgadas, pero como en otras ocasiones lo hace con elegancia y sobriedad. Roza los límites de lo permitido y en el ámbito de los sobrentendidos los supera, pero no tiene problemas con la censura. No los tiene, pese a algunas escenas de besos y agarrones apasionados y a pesar, también, de que la chica durante un tiempo convive con dos hombres. Las interpretaciones del trío protagonista, Crawford, Andrews y Fonda, son convincentes.
Por primera vez el realizador presenta en pantalla una escena judicial, a las que dedica gran atención en el futuro. El film ofrece uno de sus primeros planos de detalle del realizador, con el que construye una secuencia en la que alterna planos de aproximación creciente al objeto observado con primeros planos del rostro humano. Es uno de los pocos films en los que Joan Crawford no supera y achica las interpretaciones de sus compañeros de reparto. No faltan apuntes críticos de la sociedad americana del momento, de la que muestra sus prejuicios racistas, casos de maltrato infantil, peleas de pareja que llegan a las manos, desmesurada afición al ocio y al lujo por parte de personas acomodadas, etc.
Dedica un guiño de simpatía a la comedia romántica “Mr. Lucky” (Potter, 1943), protagonizada por Cary Grant y Loraine Day. No faltan manifestaciones de sus actitudes críticas con el nazismo. En este sentido se han de interpretar los cameos que John Garfield y Walter Winchel protagonizan en las escenas del Stork Club. John Garfield había mantenido posiciones explícitas y claras de rechazo del autoritarismo nazi. Poco después sería una de las principales y más desgraciadas víctimas de la caza de brujas. Winchel era el periodista más leído del país y había sido el más crítico con Hitler y su ideología.
La banda sonora, de David Raksin (“Laura”, 1944), ofrece una partitura jazzística, con predominio de saxo y acompañamientos de piano y cuerdas. Con sus ritmos pausados, ambienta adecuadamente el desarrollo de la acción. La fotografía, de Leon Shamroy (“Cleopatra”, Mankiewicz, 1963), en B/N, pese a la manifiesta preferencia de la Fox por el color en los primeros años de la posguerra. El B/N sirve para crear atmósferas de introspección, reflexión, frustración y tensión interior. La luz es abundante en las escenas de verano en Cabe Cop, en las que la pareja vive la felicidad de los recién casados.
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Notabilísimo melodrama con el que ayer hubo marejadilla leve y un par de olas en mi sofá. Medido, sobrio, sin excesos, seco y contenido pero apasionante, con una BSO a cuentagotas sofocando el melo del melodrama a base de silencios y evitando los repuntes desaforados tan típicos del género. Tiene un par, de repuntes desaforados, digo, pero recuerdan más a Hitch que a Sirk, y más que nadie, a Preminger, que hace un fantástico trabajo tras la cámara, y que siempre tuvo una voz, no lo olvidemos, y esta atípica y singular muestra de género está aquí para recordárnoslo. Es un placer como Preminger presenta y desarrolla al trío protagonista, la inusual profundidad con la que están dotados, lo adulto de la propuesta teniendo en cuenta los cánones folletinescos del género, los fantásticos diálogos que la jalonan, diálogos con filo y mordiente, tampoco es que estemos hablando de una de Bergman, no, pero hay filo, sí, hay colmillo, aunque, en otra muestra más de la contención de la que hablaba, la sangre no llega jamás al río. Y en ésto supongo que tuvo algo que decir tanto la novela como el guionista que la adaptó, ambos totales desconocidos para mí. Pero el mayor placer de este menage a trois son las interpretaciones de Crawford, Fonda y Andrews, maravillosos los tres, acertadísimos en sus roles, cuesta destacar a uno por encima de los otros, pero las secuencias que comparten Crawford y Fonda brillan con luz propia. Es curioso comprobar como la que para mí es la gran virtud de la función, esa contención, esa racionalización del drama, resulta ser el mayor defecto para mi compañero de taburete en la licorería. Ese espíritu diferencial queda perfectamente representado en el personaje de Dana Andrews cuando, en un amago de dramatismo de Crawford, éste la reprende, templado, diciendo: "Sabes que no me gustan las escenas".
No importa, barra libre para todos, paga el coronel.
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Siempre que veo estas pelis en blanco y negro con Joan Crawford como principal protagonista femenina, me digo "¿qué tenía esta mujer, con lo fea que era y la cara de maestra solterona-frustrada que Dios le había dado, para que los hombres más apuestos se enamoraran de ella y ocupara el primer papel en películas de directores importantísimos de su época?" No lo sé, pero me gustaría saberlo.
El argumento va de un abogado prestigioso (Dana Andrews) que está casado con una mujer estupenda y desde luego mucho más linda que Joan Crawford, pero que sin embargo mantiene durante años una aventura de infidelidad con otra soltera llamada Daisy Kenyon (la Crawford). En un momento en que ésta está harta de ser sólo la amante y viendo que no tiene así ningún futuro, aprovecha que un sargento (Henry Fonda) recién regresado de la II G. M. la pretende y le pide matrimonio, para desligarse de su amante e iniciar su propio proyecto matrimonial. Sin embargo, el abogado no se conforma y sigue pretendiendo el amor de ella, con lo cual a partir de ahí se desarrollará trío de amores problemático.