Cuarenta años después,
Tulipa: la dignidad llevada a la enajenación
El director Manuel Octavio Gómez.Entre 1966 y 1967, el ICAIC produjo cuatro significativas películas: Manuela, de Humberto Solás; Tulipa, de Manuel Octavio Gómez, La muerte de un burócrata, de Tomás Gutiérrez Alea, y Aventuras de Juan Quinquin, realizada por Julio García-Espinosa. En particular, las dos últimas, pertenecientes al género de la comedia, disfrutaron de muy buena acogida por parte del público nacional. Y todas, en conjunto, pusieron de manifiesto que la industria cinematográfica cubana había superado su etapa artesanal y daba sus primeros pasos en otra caracterizada por la madurez artística y técnica. Eso se confirmará al año siguiente, cuando salen a las pantallas, entre otros títulos, los largometrajes Memorias del subdesarrollo, de Gutiérrez Alea; Lucía, de Solás; La ausencia, de Alberto Roldán, y La odisea del general José, de Jorge Fraga; y los documentales Coffea Arábiga, de Nicolás Guillén Landrián; Hombres de Mal Tiempo, de Alejandro Saderman y L.B.J., de Santiago Álvarez. En 1969 se le sumó La primera carga al machete, de Manuel O. Gómez.
Del estreno de Tulipa se cumplen ahora cuarenta años (tuvo lugar el 19 de octubre de 1967). Lo primero que hay que apuntar es que se trata de una obra que se inscribe dentro de la lista de filmes cubanos basados en piezas teatrales. Forman parte de esta relación: Un día en el solar (1965), de Eduardo Manet; El robo (1965), de Jorge Fraga; No hay sábado sin sol (1979), de Manuel Herrera; Patakín (1982), de Manuel O. Gómez; Una casa colonial (1984), de Miguel Torres; Plácido (1989) y María Antonia (1990), dirigidas ambas por Sergio Giral; así como La inútil muerte de mi socio Manolo (1989), de Julio García-Espinosa. De todas esas versiones, entre las cuales hay algunas francamente lamentables, Tulipa ostenta el mérito de ser una de las mejor logradas, y después de haberla visto de nuevo un par de veces, para poder redactar estas líneas, puedo afirmar que el paso del tiempo no ha hecho mella en sus aciertos estéticos.
Fue el segundo largometraje de Manuel Octavio Gómez (La Habana, 1934-1988), quien tras realizar El encuentro, uno de los mediometrajes que integraban Un poco más de azul (1964), había dirigido La salación (1965). En aquel filme contó con la colaboración del dramaturgo Manuel Reguera Saumell, autor de Recuerdos de Tulipa, quien se encargó de reescribir los diálogos. Al finalizar La salación, Gómez le expuso a este su proyecto de llevar a la pantalla grande Recuerdos de Tulipa, que tuvo la oportunidad de ver cuando se montó por primera vez en 1962. En una entrevista que le concedió a Mario Rodríguez Alemán, poco después de que concluyera el rodaje, el cineasta cuenta que en las primeras conversaciones, Reguera Saumell y él estuvieron de acuerdo en que no iban a hacer una simple adaptación del texto original, ni a trasladar fielmente una obra que, por las necesidades propias del teatro, desarrollaba toda la acción en la carpa de Tulipa.1 Optaron por conservar básicamente, el argumento, y a partir de él, crearon lo que se puede calificar como un guión original.
Lo que en la pieza de Reguera Saumell solo se adivina, esto es, las funciones del circo, la reacción de los espectadores que acuden cada noche, las giras por distintos pueblos de la Isla, pasó a tener en el guión una presencia real. Un cambio importante fue también el del final. Recuerdos de Tulipa concluye cuando la protagonista y Beba están recogiendo sus cosas para marcharse del circo. No es así como termina la historia en el guión, lo que Manuel Octavio Gómez justificó con este argumento: «Si Beba, el personaje que deviene en sustituta de Tulipa, aceptaba al final abandonar el circo, me atenuaba el desgarramiento del personaje central, el drama de su soledad, de la frustración de sus ideales, de su dignidad llevada a la enajenación, que era para mí el tema eje, el que mueve todo el argumento y el que quería destacar en el filme».2
La preocupación por no convertir la película en una adaptación mecánica y literal de la pieza, contrasta con el aprovechamiento de ciertos elementos que son característicos del estilo que se utiliza en el teatro. Manuel Octavio Gómez realizó con los actores un trabajo de mesa similar al que se sigue cuando se monta una obra teatral, aunque en su caso le dio una orientación cinematográfica. Asimismo, los integrantes del elenco hicieron una investigación con los referentes reales de sus personajes, mediante visitas a algunos artistas cirqueros. Manuel Octavio Gómez, por su parte, se dedicó durante un mes y medio a acompañar en su itinerario a varios circos y en algunas ocasiones permaneció con el mismo circo durante varios días. Durante la prefilmación, los actores, los fotógrafos, el escenógrafo, el vestuarista y otros miembros del equipo, también visitaron circos, para empaparse así de su ambiente, sus personajes, sus costumbres, su lenguaje. Por último, se hicieron ensayos previos a la filmación de cada secuencia, aunque el director cuidó que solo llegasen hasta que los actores consiguieran lo esencial, pues de prolongarlos se corría el riesgo de que perdieran la espontaneidad.
Además del empeño que puso todo el equipo para familiarizarse con el ambiente del circo, algo a lo cual la película debe muchos de sus logros, hubo otros factores que contribuyeron a que se lograra el buen nivel de autenticidad con que ese mundo es recreado. Así, para la filmación se construyeron carpas propias, que eran montadas y desmontadas durante los rodajes. Estos se hicieron en locaciones y pueblos de las tres provincias occidentales, lo que implicó que artistas y técnicos tuvieran que desplazarse de un sitio a otro. De ese modo, al mismo tiempo que filmaban Tulipa, llevaban una vida itinerante, similar a la de los cirqueros. Asimismo, para algunas escenas se realizaron funciones reales con público igualmente real, como fueron la secuencia con la que abre el filme y la de la escenificación del sainete.
Idalia Anreus y Daysi Granados en “Tulipa”.Del rodaje de Tulipa quedaron algunas anécdotas que, en su momento, algunos periodistas se encargaron de divulgar. Cuando se filmaba la escena de amor entre Cheo (Omar Valdés) y Beba (Daisy Granados), que ocurre junto a la jaula del león, el animal eligió precisamente ese momento para hacer sus necesidades fisiológicas. Una mosca que había estado paseándose por los excrementos, se coló en la boca del actor, cuando este la abrió para besar a la joven. El desagradable incidente fue la causa de que hubiese que suspender la filmación hasta el otro día. Otra secuencia sucedía en el compartimiento de Tulipa, cuando el tren en el que se desplazaba el circo se hallaba en movimiento. Justo cuando Idalia Anreus tiró la puerta para cerrarla, se escuchó un impacto y actores y técnicos fueron a dar al suelo, con los consiguientes arañazos y contusiones. Se debió a que el tren tuvo un accidente y se salió de los rieles.
El hecho de que Reguera Saumell estuviese de acuerdo en no realizar un simple trasvase de su obra a la pantalla, así como el haber sido uno de los guionistas, beneficiaron de manera significativa al filme, que en ningún momento delata su origen teatral. El tema sigue siendo el mismo: la lucha de la protagonista por vivir con dignidad y mantener sus valores como ser humano. Pero se le agregaron escenas y subtramas que lo enriquecen, sin que con ello el núcleo argumental se afecte ni se desvirtúe. Ejemplos de esas incorporaciones son el incidente del tarugo con la guardia rural, el sainete con que Beba debuta en el circo, la escena en el cementerio, la boda de la hija de Tomasa, el homenaje de despedida a Ruperto, el encuentro de Tulipa con Camelia.
Una historia humana verosímil y sensible
Por otro lado, las escenas que recrean la vida interior y exterior del circo sirven para contextualizar y ambientar mejor la historia que se narra. Acerca de ello, cabe destacar el acertado criterio con que se utilizaron esas secuencias, que cumplen sobradamente su objetivo, pero que por su brevedad no diluyen ni lastran el nudo argumental. En otro nivel, las secuencias del circo se completan con los distintos paisajes de la geografía de la Isla donde tienen lugar las seis partes en que está estructurada Tulipa (son identificadas simplemente como Primer pueblo, Segundo pueblo, etc.). Esos escenarios naturales sirven, además, para proporcionar autenticidad y realismo a la historia y a los personajes. De estos últimos se han mantenido también los originales: Tulipa, Beba, Tomasa, Ruperto, Cheo, pero se les han adicionado otros a los cuales solo se alude en la obra teatral (la mujer de Cheo, Ramón, el hermano de Ruperto) o que no existen en esta (Ciro, el joven del otro circo con quien Beba tiene un romance).
A diferencia de otros largometrajes nacionales de esos años, Tulipa no está animada por una clara voluntad de denuncia social. Es cierto que en el filme de Manuel Octavio Gómez el circo admite ser interpretado como un microcosmos de la Cuba de los años treinta y cuarenta e, incluso, puede compartirse la opinión del británico Michael Chanan de que constituye un examen --único hasta entonces en nuestra cinematografía-- de los particulares modos de explotación a los que se veían forzadas las mujeres.3 Pero todo eso es algo que no llega al espectador de manera explícita ni está subrayado en el filme.
Lo que se cuenta en Tulipa es, en esencia, una historia humana, verosímil y sensible, la de una mujer que tiene una profesión «inaceptable» y que, no obstante, convierte la lucha por conservar la dignidad en centro de su existencia. Tulipa vive orgullosa de haberse mantenido decente y haber transformado un espectáculo indecente en verdadero arte. Lo resume cuando expresa: «Quedarme en cueros, de eso nada. Siempre dejo algo sugerente, una pluma, algo artístico.» Es cierto que su público dista de ser el mejor y durante su actuación los espectadores acostumbran gritarle oprobios. Pero ella posee su técnica, y cuando ejecuta la Danza de los siete velos, se olvida de ellos e imagina que está bailando para faraones y reyes.
Su conflicto surge precisamente en ese empeño por conservar la dignidad en un medio y unas circunstancias nada favorables para ello. En ese sentido, es un personaje patético por su soledad y su desgarramiento, y uno no puede dejar de sentir cierta admiración por ella. Pero en realidad, su triunfo sobre la mediocridad es solo ante ella misma. Para los demás no pasa de ser «la encuerusa», «la mujer de las mil revoluciones por minuto». De lo cual resulta algo hecho notar por Manuel Octavio Gómez: el personaje más positivo del filme «lo es porque ha enajenado su vida, la ha idealizado con tal de no caer vencida».4
Idalia Anreus (La Habana, 1932-Nueva York, 1998), quien a partir de Tulipa pasó a ser uno de los rostros emblemáticos del cine cubano (su filmografía la integran La salación, Lucía, La odisea del general José, La primera carga al machete, Los días del agua, Ustedes tienen la palabra, Una mujer, un hombre, una ciudad..., Guardafronteras y El Señor Presidente), contaba a su favor con el haber interpretado el papel protagónico de Recuerdos de Tulipa. Ahora, además, el personaje estaba mucho mejor desarrollado y mostraba con más nitidez ese carácter contradictorio (buena y mala, generosa y egoísta, tierna y dura) señalado por Calvert Casey cuando comentó el montaje teatral. Gracias a eso, Anreus caracteriza a una Tulipa muy bien construida y rica en matices.
Alicia Bustamante, Omar Váldes y Alejandro Lugo en una escena de “Tulipa”.Pero no solo es ella quien realiza una magnífica labor. Manuel Octavio Gómez consiguió reunir a un elenco de campanilla, en el cual estaban Alejandro Lugo, Omar Valdés, Daisy Granados, Teté Vergara y, en papeles de reparto, José Antonio Rodríguez, Alicia Bustamante, Raúl Eguren, Natalia Herrera y un jovencísimo Aramís Delgado. Todos realizan un trabajo interpretativo que, pese a su calidad, es extremadamente funcional, y se integra a los demás elementos formales del filme sin caer en el divismo. A su contribución se debe que de todas las películas cubanas realizadas hasta entonces, Tulipa sea la mejor actuada. Un mérito que --lo ha apuntado Chanan--, y que se extiende, incluso, a las escenas espontáneas y de masa, varias de las cuales se rodaron con cámara oculta.5
En Tulipa, Manuel Octavio Gómez volvió a contar con la colaboración del fotógrafo Jorge Herrera (La Habana, 1926-Nicaragua, 1981), con quien había trabajado en cuatro de sus filmes anteriores (además de La salación, los documentales Cooperativas agrícolas y Guacanayabo, y el mediometraje El encuentro). En la entrevista antes citada, el director comentó que Herrera asistió a los ensayos que precedieron al rodaje y se empapó del ambiente de la vida del circo. De ahí que, según expresa, la fotografía fue surgiendo y se fue haciendo desde esa etapa.
Tulipa está fotografiada en un estilo realista, que combina tomas con movimientos de cámara espontáneos y libres (algunos ejemplos son las secuencias de la cabalgata por el pueblo, el levantamiento de la carpa y las funciones) con otras más elaboradas y planificadas.6 Asimismo, Herrera incorpora un ligero toque surrealista en las escenas en que Tulipa recuerda e idealiza sus glorias de antaño. Para ello, da un tratamiento visual a las imágenes, consistente en acentuar el color blanco, con lo cual adquieren una atmósfera neblinosa y traslúcida. Se destaca también su talento para captar la luminosidad y el ambiente del circo, tanto dentro de la carpa como en los espacios exteriores.
A esos valores hay que sumar unos diálogos que poseen agilidad y buen ritmo, y que en algunas de las escenas de la protagonista incorporan una mordacidad acorde con su condición social. En cuanto a la dirección propiamente dicha, Manuel Octavio Gómez maneja el guión con sensibilidad e indiscutible conocimiento, y al plasmarlo en imágenes sabe darle el ritmo idóneo. Tulipa, además, está realizada con profesionalidad y mucho respeto por las exigencias de la historia. Por otro lado, a pesar de las limitaciones materiales y técnicas de la aún joven industria cinematográfica cubana, estas no conspiran en contra del filme, y en ello influye el buen uso de los medios expresivos.
No estamos ante una gran película, pero sí ante una buena película, que se termina de ver con la grata satisfacción que deja el cine bien hecho. Posee el mérito adicional de no descuidar la comunicación con el público, de tener siempre presente que el cine es, ante todo, espectáculo. Comparada con otras producciones de esos años, Tulipa se destaca por su modestia, por no darse aires de trascendencia. Eso puede dar la falsa impresión de parecer una obra menor y de poco calado, cuando en realidad no lo es.
NOTAS
1 Mario Rodríguez Alemán: «Sobre Tulipa. Entrevista con Manuel Octavio Gómez», en: Cine Cubano, no. 40, p. 43.
2 Mario Rodríguez Alemán: ob. cit., p. 44.
3 Michael Chanan: Cuban Cinema, University of Minnesota Press, Minneapolis/ Londres, 2004, p. 257.
4 Mario Rodríguez Alemán: ob. cit., p. 44.
5 Michael Chanan: ob. cit., p. 257.
6 A pesar de que la copia a partir de la cual redacto estas líneas dista de ser buena, de todos modos se puede acreditar la belleza y la calidad de la fotografía en blanco y negro.
Carlos Espinosa Domínguez
(Guisa, 1950). Crítico e investigador. Estudió Teatrología en el Instituto Superior de Arte, así como un doctorado en Florida International University. Ha publicado, entre otros, los libros Tres cineastas entrevistos, Cercanía de Lezama Lima, Lo que opina el otro, El Peregrino en Comarca Ajena, Virgilio Piñera en persona. Trabaja como profesor en Mississippi State University.