Bueno, he encontrado algunos datos interesantes por la red. Y os los adjunto, como os prometí ayer.
1- Novedad: "
Je t'aime ... moi non plus"
A finales de la década de los sesenta sonaba machaconamente en todas las emisoras una canción: Je t´aime... moi non plus, que, interpretada a dúo y en francés por Jane Birkin y Serge Gainsbourg, subió rápidamente en las listas de éxitos musicales. En el disco se reproducían fielmente los suspiros y los gemidos de una pareja haciendo el amor; eso sí, enmarcados en una deliciosa melodía. El censor de turno, que se había limitado a examinar la inofensiva letra de amor y desamor, autorizó su difusión; y esto constituyó una involuntaria indiscreción de efectos imparables, pues, cuando, ante el revuelo social consecuente, se reparó en que los gemidos de la pareja anglo-francesa alcanzaban algo muy parecido al orgasmo y el disco fue retirado de la circulación, era ya demasiado tarde y la canción se había convertido en ese protagonista musical imprescindible en cualquier guateque que se preciase.
La recomiendo para el que no la conozca. Los censores estaban sonados. Tiene fuentes por un tubo en la mula.
Un dato está mal. La peli correspondiente (dir. Serge Gainsbourg) es, según Imdb, de 1976. Interpretada por la despampanante Jane Birkin
. Debe decir ... en la década de los 70. No es que sólo nos falle la memoria. Es que los datos están fatal muchas veces. Recuerdo que la poníamos por la noche en el Centro de Cálculo en que trabajaba (en los años 70) elaborando un programa complicadísimo para el que tuvimos que hacer durante bastantes meses un montón de horas extras tan grande que era de la misma cuantía que casi que las normales.
2- Aclaración sobre las discusiones sobre "
Helga".
Otro caso curioso, reflejo de la penuria erótica que vivía el país y del hambre de erotismo de los españoles, fue lo que la prensa de la época calificó de «fenómeno Helga». En los cines Azul, de Madrid, y Atenas, de Barcelona, se estrenó a finales de 1968 un documental alemán llamado Helga (1967; Erich F. Bender), denominación a la que en España iluminaba el aclaratorio subtítulo de «el milagro de la vida». Aunque se trataba de un documental seudodidáctico, el metraje original fue víctima, cómo no, de algunos cortes censores; aun así, el «recorrido visual del coito al parto», según rezaba la publicidad, barrió en las taquillas y se convirtió en un fenómeno sociológico que alcanzó preocupantes niveles de polémica.
Queda clara nuestra discusión, Chus. Las salas AyE, según Shadow, empezaron en 1967 y la peli se pasó en el 68. Tu información de "El Mundo" también está mal, ya que afirma que era a fines de los 70. En cambio, debe estar mal la que te aporto yo, ya que dice que fue en el cine "Azul" de Madrid, y tú afirmas que fue en el Pompeya. En cambio, me cuadra lo que te dije que era en el cine Balmes, un cine no de AyE. Era en el Atenas, ¡que también estaba en la calle Balmes!. Y éste sí era de AyE.
Queda claro entonces que lo de "Helga" era unos 5 años antes de las excursiones fronterizas, o sea, muy anterior, como te decía.
Y el hecho de que el AyE ya funcionase en el 67 me ha hecho recordar que en una sala de éstas vi un documental ¿yanqui? que se titulaba "Revolución sexual en Suecia" (o así) en el que dejaban a los suecos como unos pervertidos totales, atacando despiadadamente al "amor libre". ¿Lo recordáis alguno?. Eso hizo que en mi viaje de Fin de Carrera, que ya os he comentado antes, fuera "a priori" con algunos prejuicios contra los suecos.
3- Más datos sobre las excursiones a Perpignan:
En la primavera de 1973, un avispado agente de turismo de la provincia de Girona, anunció la organización de un viaje a Perpiñán para asistir a una proyección de El último tango en París, la película de Bernardo Bertolucci que, protagonizada por Marlon Brando y Maria Schneider, tanto había alborotado a los medios oficiales y tantos comentarios suscitaba en una población ignorante de ciertas cualidades de la mantequilla. La oferta turística incluía viaje en autocar, entrada (garantizada) a la proyección e incluso la tramitación de un permiso aduanero, en el supuesto de que el viajero no dispusiese de pasaporte; porque viajar a Francia no era tan fácil como pudiera parecer: cualquier antecedente penal, multa de tráfico, afiliación política más o menos reconocida o una tendencia no homologada eran motivo suficiente para que la autoridad denegase el pasaporte; de hecho, los trámites burocráticos resultaban tan largos y penosos, y las posibilidades económicas eran tan escasas, que casi ningún ciudadano disponía del dichoso documento. Pero, en el sufrido día a día, la libertad se parangonaba con el libertinaje y, así, el autocar del pecado nunca llegó a partir. Probablemente, algún ciudadano de bien denunció a la Guardia Civil el proyectado viaje, y los agentes, celosos de su función, conminaron al avispado agente para que suspendiese el viaje. Como es natural, el operador, consciente de lo que se le podía venir encima, suspendió la visita a la Francia libre, para desencanto de cuantos habían soñado con un fin de semana de película.
A partir de ese momento, los promotores cambiaron de estrategia y evitaron citar explícitamente el título de las películas en sus anuncios. Un reclamo de la época rezaba así: «Amélie Les Bains, pequeña localidad del sur de Francia famosa por sus espectáculos y su buen cine. Próximo ciclo, días 1, 2 y 3 de noviembre, con las últimas películas de Bernardo Bertolucci, Pier Paolo Pasolini, Just Jaeckin...». Y el anuncio se completaba con un teléfono francés de contacto.
Estas arbitrariedades funcionaban como moneda común y no sólo en pequeños núcleos de población, en los que el alcalde, el cura y el sargento de los picoletos eran la ley (humana y divina), sino en todas partes. Bastaba con que un meapilas presentase una denuncia para que se suspendiese un acto público o una manifestación cultural o un acontecimiento artístico. Y, en realidad, los propios medios de comunicación más afines al Régimen alimentaban toda clase de mitos y leyendas eróticos, de suerte que, no contentos con excitar el morbo y la curiosidad de la gente con proclamas sobre las perversiones de los títulos prohibidos, lanzaban soflamas amenazantes contra quienes cruzaban la frontera para disfrutar de unas horas de libertad; en pocas palabras: ni comían ni dejaban comer (pero no, porque ellos sí que comían, en realidad).
De este modo, los célebres viajes a Perpiñán y a Biarritz, que habían nacido como un hecho aislado, protagonizado por intelectuales, militantes políticos, cinéfilos y niños bien, derivaron en masivos y multitudinarios éxodos de fin de semana; unas excursiones que, a pesar de la machacona insistencia oficial, no buscaban exclusivamente sexo, pues la lista de películas y publicaciones prohibidas era tan extensa que costaba trabajo elegir entre un Pasolini o un libro de Ruedo Ibérico (editorial vinculada al exilio de izquierdas) y Emmanuelle o la revista Playboy.
Los viajes a Francia fueron fuente de todo tipo de rumores, chistes, protestas y, hay que decirlo, también de suculentos negocios: muchas salas de exhibición de las localidades fronterizas estaban en manos de empresarios españoles; varias empresas de autocares y diversas agencias de viaje hicieron asimismo su agosto; y los propios agentes de aduanas, muy celosos a la hora de requisar material erótico, contribuyeron poderosamente a la creación de un mercado negro de revistas y libros, revendiendo a vendedores del Rastro madrileño o de los Encantes barceloneses el material confiscado.
El cine español de entonces, dispuesto siempre a explotar las polémicas sociales, reflejó con sarcasmo en Lo verde empieza en los Pirineos (1973; Vicente Escrivá) la odisea de tres españoles en viaje erótico de fin de semana. La película, que, pese a ridiculizar al ciudadano medio de la época, cosechó un sonoro éxito y sirvió para avivar aún más el interés por pasar las fronteras, la protagonizaban José Luis López Vázquez, José Sacristán, Rafael Alonso, Manuel Zarzo y una recién llegada Nadiuska, y satirizaba la actitud paleta y esperpéntica de tres de esos españolitos salidos.
Queda claro que no empezaron en 1971, como suponía yo, sino en 1973. Y otro dato que rectifico era mi impresión de que en la frontera no te miraban nada a la salida. Por lo que se ve, sí que te miraban buscando publicaciones prohibidas. Yo he sido siempre muy miedoso en cruzar la frontera si llevo algo que no quiero que vean. Me pone muy nervioso y creo que se me nota. Y eso me ha hecho recordar que varias veces (no todas) que iba con los famosos "Ruedo Ibérico" y/o Playboy daba un largo rodeo y entraba en España por la frontera de Port-Bou, muy de madrugada y si soplaba la tramontana, mejor. A esas horas y en ese lugar pensaba que los guardias civiles no tendrían ningunas ganas de revisarme.
Nunca me revisaron ni en Port-Bou ni en La Junquera, durante las excursiones cinematográficas.
Saludos.
"Si de noche lloras por el Sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas" (Rabrindanath Tagore)