Fantasmagorías

Raro, excepcional y hermoso.

Fantasmagorías

Notapor qz_inactivo_0841 » Mar Oct 23, 2007 3:02 pm

"Daehara" escribió aquí:


Hace poco me he comprado un libro en el que hablan de los inicios del cine y en estos se encuentran los espectaculos de la "Fanstamagoría". Espectaculos que se hacian posible gracias a las mejoras de la linterna mágica y trucos baratos para entretener al público de la época. Parece ser que "El tambor de la muerte"de Etienne-Gaspard Robert fue muy famosa en su momento, y me gustaría decubrir mas de este arte. ¿Alguien sabe de algun articulo un tanto mas extenso sobre el tema? Gracias
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qz_inactivo_0841
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Notapor nando2 » Mar Oct 23, 2007 11:17 pm

"Fantasmagorias", linternas magicas, zootropos, praxinoscopios, fenaquistiscopios, verasciopios, mutoscopios, fotozoótropos, el fusil fotografico, lampadoscopios... solamente los nombre de estos maravillosaso artilugios invitan a dejar volar la imaginacion...


El año pasado, aprovechando una visita a Salamanca, tuve ocasion de recorrer la exposicion permanente "Artilugios para fascinar" - coleccion de "inventos cinematograficos" de Martin Patino (Filmoteca de Castilla y Leon)- quiero recomendar la visita a todo aquel que tenga oportunidad de acercarse a tan maravillosa ciudad. Lo que sigue a continuacion es un extracto del libro publicado por Francisco Javier Frutos Esteban con motivo de tan maravillosa iniciativa;


http://www.basiliomartinpatino.com/colecc.htm


Imagen

Interior del Convento de los Capuchinos, en Paris, durante una sesion de fantasmagorías.



... durante la Revolución Francesa, toda una gama de sesiones en las que se fundieron el compromiso político y el anuncio de un futuro espectacular y pedagógico. Fue entonces el momento histórico propicio para que la linterna mágica alcanzara su esplendor como medio, gracias sobre todo al destacado éxito que obtuvo la fantasmagoría, una de sus manifestaciones más célebres. Ese modelo de espectáculo fue llevado a la madurez por el más famoso linternista de todos los tiempos, Étienne-Gaspard Robert, conocido con el sobrenombre de Robertson, que estrenó en París, en 1798, su «Fantasmagorie: apparitions de spectres, fantómes et revenans...», en unas sesiones que, con ligeras variaciones, fueron ofrecidas después, a lo largo de tres décadas, por toda Europa.

Independientemente de su valor como reflejo de los temores de una sociedad que sufre una profunda crisis de valores, las fantasmagorías de Robertson interesan aquí porque suponen la mayoría de edad comunicativa y expresiva de los espectáculos públicos de linterna mágica. Aunque Robertson en realidad se limitó a reinterpretar -con indudable acierto- procedimientos que otros venían empleando desde hacia algún tiempo, este antiguo clérigo interesado por la magia, la física y la aeronáutica, nacido en Lieja en 1763, llegaría a ser su máximo representante.

Mientras se desconocen, todavía hoy, la importancia e incluso la identidad de muchos linternistas de esa época, la vida y obra de Robertson fueron bien conocidas y justamente valoradas de un principio. Por fortuna, sus fantasmagorías están ampliamente documentadas desde sus orígenes. Por un lado, existen los datos y anotaciones que el propio Robertson dejó en dos volúmenes titulados «Mémoires récréatifs, scientifiques et anecdotiques», escritos entre 1831 y 1833 y en los que se encuentra información sobre los «guiones» que inspiraban las piezas, comentarios relacionados con la puesta en escena y las intervenciones que durante la representación recitaba el propio autor. Además, se cuenta con otra fuente documental importante, compuesta por los anuncios breves y programas impresos de las distintas sesiones realizadas por toda Europa, como las presentadas a los franceses, por primera vez, desde el 23 de enero hasta el 26 de abril de 1798, en el Pabellón L'Échiquier, y que, a partir del 10 de enero de 1799, serían trasladadas y ofrecidas, durante más de dos años, en el claustro del convento de los Capuchinos de París.

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Ilustracion incluida en el programa de manodel espectaculo de fantasmagorías ofrecido por Robertson.



A partir de esa documentación se pueden deducir los argumentos favoritos del repertorio del linternista francés. Poseedor de una sólida cultura clásica, Robertson extrajo una parte importante de sus temas del Antiguo Testamento, de la literatura inglesa y de la mitología griega, combinándolos con otros de carácter más trivial, que incluían escenas trágicas y cómicas, fantásticas, moralizantes o basadas en sucesos de la turbulenta actualidad revolucionaria.
Representada mediante esqueletos, sepulcros, máscaras mortuorias o cementerios, la muerte constituía una de sus principales fuentes de inspiración de Robertson. Bajo la influencia del claustro del convento de los Capuchinos, que vio nacer al espectáculo original, las escenas evocaban la atmósfera misteriosa de las novelas góticas que hicieron furor en las postrimerías del siglo XVIII: ruinas bañadas por la luz de la luna, cementerios atravesados por el vuelo de murciélagos, claustros en los que aparecen novicias en busca de su amante..., motivos que le permitían combinar el amor y la muerte.
Y también criaturas monstruosas, porque, curiosamente, en el universo de este antiguo clérigo no aparecen ángeles, pero sí demonios y diablos, orejas de lobo, colmillos de jabalí, alas de murciélago, garras y espolones que crecen indistintamente en los cuerpos de hombres y mujeres. Criaturas híbridas se mezclaban con figuras de la mitología, cabezas de Medusa, serpientes o grifos alados. El ser humano, excepto cuando se trataba
de grandes personalidades, solía estar representado por monjes, ermitaños y avaros. Y las mujeres eran vírgenes, novicias, religiosas, brujas o pitonisas. Motivos que, con el correr de los años, seguirán siendo del gusto de los espectadores, como lo demuestra la sistemática inclusión de números «fantasmagóricos» en las veladas de linterna ofrecidas durante el siglo XIX.

A partir de estos argumentos, el espectador que penetraba en los límites mágicos de la sala «fantasmagórica» era testigo de una experiencia nada común. Al menos así lo relataban algunos testimonios de la época -como el de Joaquín Eleuterio García en «La magia blanca descubierta» (Imprenta de Cabrerizo, Valencia, 1833)-, cuando se refería al fenómeno «mágico» de las fantasmagorías: «Los que no tienen conocimiento alguno de la teoría de esta diversión están firmemente persuadidos de que los espectros revolotean alrededor de la sala y van a precipitarse sobre ellos. La mayor parte de los espectadores no pueden prescindir de cierto temor, cuando los ven aparentemente correr hacia ellos. Las vistas espantosas comparecen al principio como un leve punto, mas ellas toman gradual y rápidamente un gran aumento, y esto es lo que da la apariencia de precipitarse hacia los espectadores. La fantasmagoría, sin embargo, no es más que una modificación de la linterna mágica».

Una modificación que sin duda aportaba numerosos elementos «escénicos» que convertían a la fantasmagoría en un espectáculo original. Sobre todo, si se tiene en cuenta que estaba compuesto por distintos números intercambiables, contaba con fundidos, sobreimpresiones, imágenes en movimiento, alocuciones y efectos sonoros, para cuya puesta en escena sólo era preciso contar con una sala tapizada en negro, con un espacio mínimo de 25 metros de largo y 8 de ancho, que incluyera una tarima reservada para las «experiencias», de aproximadamente un metro de altura. En ese espacio, la pantalla de proyección, disimulada hasta el comienzo de la sesión por una cortina negra, dividía en dos la sala: por un lado, un fondo de 8 metros, reservado al fantoscopio que guardaba el misterio de las fantasmagorías, y por otro, unos 15 metros para alojar al público.


Imagen

Escenificacion de una fantasmagoía, segun H. Valentin (1848)



En cuanto al modo en que las imágenes coneguían sus efectos dinámicos y secuenciales, puede servir de ejemplo el número titulado «Tambor de los muertos». Se iniciaba con un resplandor coloreado e indeterminado que «manchaba» la tela, producido por los quinqués del fantoscopio y la placa de vidrio que representaba la cabeza de Medusa. A medida que el aparato retrocedía silenciosamente, la imagen crecía, hasta que quedaba nítidamente enfocada y alcanzaba su mayor tamaño. Mientras tanto, un ruido estrepitoso, producido por un «tantán chino», llevaba al culmen la intensidad dramática. La maniobra era reversible, hasta que aparecía de nuevo el resplandor confuso. El terror que se buscaba era máximo cuando ese efecto de travelling óptico se combinaba con el movimiento interno de los ojos de la Medusa en su placa animada, pues, según el mito, ese personaje transformaba en piedra a todos los que tropezaban con su mirada.

La combinación dinámica, característica de gran parte de las imágenes proyectadas del siglo XIX, pudo ser realizada por Robertson gracias al fantoscopio. Situado detrás de la pantalla, el principal, pero no único, protagonista de sus espectáculos estaba construido a partir de una linterna mágica, montada sobre un pie provisto de ruedas
que alcanzaba una altura aproximada de 160 cm. Ese dispositivo permitía el acercamiento o alejamiento silencioso respecto de la tela, para aumentar o disminuir el tamaño de las imágenes, sin que el público se percatara de la maniobra. Además, merced a un ingenioso sistema, que era en realidad un embrión del obturador, las sombras aparecían y desaparecían en la pantalla.

Al fantoscopio se unían otros medios a la hora de generar sobreimpresiones, fundidos y apariciones fantásticas. Por ejemplo, para añadir a la imagen principal, emitida por el fantoscopio, el paso de un murciélago, un ayudante que llevaba una linterna mágica ordinaria sujeta con correas proyectaba ese motivo desde un lugar oculto y oblicuo, para no desvelar su misterio. También se cree que Robertson usó personas para crear sombras vivas, extremo éste que no queda aclarado en sus escritos, al contrario de lo que ocurre con la proyección de objetos opacos aplicada a volúmenes de gran tamaño, como el ser humano. También está demostrado el empleo de pequeños bajorrelieves, grabados o medallas, que el propio Robertson diseñó, recortó y policromó, para confeccionar diversos motivos de no más de 30 cm., que después disponía sobre tablillas e introducía en la caja de luz del fantoscopio.

La presencia de Robertson actuando como narrador -figura que subsistirá en el primer cine mudo y que posteriormente será reemplazada por los intertítulos- es atribuible al antiguo clérigo de Lieja, y con él a la mayoría de los linternistas. Más que ser simples testigos de su espectáculo, tuvieron una importante función narrativa, pues su omnipresencia les dotaba de un punto de vista global, consecuencia de su «conocimiento» del relato. Sus comentarios esporádicos resumían la sabiduría acerca de la historia o expresaban juicios de valor, sentencias, reflexiones...
Por último, la ambientación sonora de las fantasmagorías estaba compuesta, además de por comentarios, alocuciones propias y de otras personas -como el ventrílocuo Fitz-James-, por instrumentaciones musicales y ruidos descriptivos. Por ejemplo, para imitar el ruido de la lluvia, Robertson construyó un artilugio cilíndrico que, al girar, emitía un sonido monótono cuyos efectos sobre el espectador -según reconoce él mismo en sus memorias- beneficiaban «las ilusiones de la fantasmagoría. El ruido uniforme duerme, por así decirlo, el pensamiento. Todas las ideas parecen llamadas a un único y mismo objeto, a una única y misma impresión. Este ruido tiene, además, otro fin, que es disimular el movimiento, la presencia misma del hombre y las cosas...».

Si se compara el modelo de espectáculo de Robertson con las ingenuas y elementales sesiones de linterna mágica del siglo XVIII, se comprenderá que su universo, impregnado de emotividad y de un poderoso sentido del misterio, llevó hasta la madurez una nueva forma de entender el espectáculo «audiovisual», dirigido tanto a los sentidos como al pensamiento. Esa concepción habría de convertirle en maestro de las nuevas generaciones de linternistas y, en general, de todo aquél que se dedicara a la proyección en el siglo XIX.

Su figura ha sido adecuadamente valorada por los historiadores del medio cinematográfico, que desde muy pronto lo situaron en su justo lugar: «Si Plateau puede ser considerado como el antecesor del elemento mecánico, Robertson es el precursor más directo del elemento fantástico y expresivo del cine. Robertson es un verdadero precursor del arte cinematográfico, el Méliés del siglo XVIII. Aunque después de él, y antes de llegar a la invención de los hermanos Lumiére, el estudio del movimiento llevará a resultados cientí¬ficamente más importantes, él fue el primero en fijar instintivamente los elementos de una nueva sensibilidad estética».
Las fantasmagorías de Robertson inspiraron a lo largo del siglo XIX multitud de veladas de lin¬terna mágica, e incluso llegaron a influir directamente sobre muchas películas primitivas, como, por ejemplo, «Faust et Marguerite» (1897), de Georges Méliés, en la que una joven se transformaba en diablo, en ánfora o en un ramo de flores. Y ese rastro se distingue aún con más claridad en una serie de producciones de los hermanos Lumiére, de 1902, tituladas «Vues fantasmagoriques (Scénes de genre et á transformations)». Por ejemplo, en «Le cháteau hanté», de apenas dos minutos de duración, se escenifica una secuencia cuya descripción -según el catálogo de venta editado por los industriales franceses- pone de mani¬fiesto cuánto debían los «padres del cine» al mago de Lieja: «Un encantador evoca la aparición de una vieja bruja y la envía en busca de una joven, a la que ordena que atraiga al castillo a un joven viajero. A su llegada, éste se ve expuesto a todo tipo de sorpresas desagradables: asientos que se mueven, aparición de un fantasma al que intenta combatir y que desaparece, etcétera. Finalmente, el fantasma se transforma en una mujer a la que el joven corteja, pero, en el momento en que se acer¬ca a ella, no encuentra más que el esqueleto. Furioso, coge un bastón para golpear al esqueleto y retrocede, sorprendido, al ver que éste cede su puesto al encantador, que agarra al viajero y lo hace desaparecer en un torbellino de humo».

Se puede afirmar que, con el conjunto anteriormente descrito de elementos narrativos, visuales y sonoros, Robertson consolidó un modo de expresión específico para la linterna mágica, antes incluso de ofrecer, entre mayo de 1826 y finales de 1830, sus últimas fantasmagorías en el pabellón que construyó en la antigua propiedad de Labouxiére, rebautizada como «Nouveau Tivoli».
Con seguridad Robertson presentó su fantasmagoría, además de en París, en diversas localidades y periodos: en Madrid, en el Teatro del Príncipe, entre el 24 de enero y el 25 de febrero de 1821; en Berlín, entre noviembre de 1809 y febrero de 1810, y en Praga, en diciembre de 1810. La noticia de estas sesiones provocó múltiples ensayos e imitaciones. En Gran Bretaña, por ejemplo, Philipsthal abrirá su « Phantasmagoria» en 1801, en el Lyceum Theatre de Londres, y un año después, un italiano llamado Guglielmus Frederico exhibe «The Phantasmagoria» por toda la isla. Los espectros llegaron hasta Estados Unidos muy poco después, puesto que la primera atracción fantasmagórica documentada data de mayo de 1803…




Imagen

Grabado original de Christoph Huet que ilustra la fabula titulada "El mono linternista".





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Notapor Bashevis » Mié Oct 24, 2007 12:17 am

Magnifica info Nando, habra que pasarse por esta exposición algun dia, parece la oxtia!

Y ya que estamos Nando, este texto del tal Francisco Javier Frutos Esteban, donde se puede encontrar??

Un saludo :good:
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Notapor qz_inactivo_0841 » Mié Oct 24, 2007 1:07 am

"Daehara" escribió aquí:


Muchisimas gracias Nando2, era lo que busca y mas.
Pues como ahora estoy bastante metido de nuevo con la historia del cine que mejor manera de entender de los artilugios de antaño que intentar construir uno por mi cuenta. Seguro que no soy el único que se lo ha propuesto y me preguntaba si alguien tiene algun tipo de manual para contruir cualquiera de estos dos aparatos de los que tanto he oido pero no he podido experimentar todavía. Gracias.
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