Responsable de la destrucción del templo de Artemisa de Éfeso, considerado una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo, el 21 de julio del año 356 adC. (Coincidiendo con el nacimiento de Alejandro Magno).
En ese templo se guardaba el único manuscrito original de la obra completa del filosofo Heraclito de Efeso, quien creyó proteger su libro depositándolo en el templo. Uno de los fragmentos de Heraclito anuncio; “Todas las cosas juzgará el fuego al llegar y condenará a todos”. Es irónico que su manuscrito haya sido destruido por una irreverente devoción hacia esta máxima apocalíptica.
Según la historia, su único fin fue lograr fama a cualquier precio. Pues bien, 2364 años después podemos decir que lo ha conseguido.
Cita Valerio Máximo:«Se descubrió que un hombre había planeado incendiar el templo de Diana en Éfeso, de tal modo que por la destrucción del más bello de los edificios su nombre sería conocido en el mundo entero».
Las doce ciudades de Jonia prohibieron, bajo pena de muerte, transmitir el nombre de Eróstrato a las edades futuras. Pero el murmullo lo ha hecho llegar hasta nosotros, consiguiendo la inmortalidad buscada gracias a Pessoa, a Estrabón, a Schwob, a Sartre, a Borges e incluso a Cervantes.
Hoy día se usa el “Complejo de Eróstrato”, para designar los deseos de distinguirse, sobresalir, que se hable de uno, por medio del asesinato y otras malas artes..
La inmortalidad, entendida como celebridad póstuma, supervivencia en la historia...
Pasteur había comprobado la efectividad de la vacuna antirrábica en los perros. Inyectó una preparación atenuada del germen de la rabia en un perro sano y comprobó que esta no hacia enfermar al animal pero ¿había adquirido el perro un defensa ante la rabia?. Para verificarlo se introdujo al perro vacunado en una jaula junto a otro rabioso… El perro salió vapuleado y mordido a conciencia pero no desarrolló la rabia.
Sin embargo existía un problema: ¿cómo atreverse a inocular la rabia atenuada en personas?. La posibilidad de contagiar accidentalmente la rabia a un ser humano era intolerable para Pasteur. Pero se presentó una ocasión:
“El 4 de Julio de 1885, un muchacho alsaciano de nueve años, Joseph Meister, sufre mordeduras graves por un perro rabioso. Las heridas son tratadas con ácido carbólico, pero sabiendo que ese remedio es inútil frente a la enfermedad, parece sensato llevar al niño a Louis Pasteur.
Si la enfermedad hacia mella en el sistema nervioso del muchacho sería demasiado tarde, pero había un periodo de gracia, y Pasteur se dispuso a trabajar rápidamente. El caso parecía recomendar un experimento, pues si Pasteur no hacia nada el muchacho moriría sin duda entre agonías.
Pasteur empezó por inyectar la preparación rábica más atenuada, luego otro menos atenuada, luego una tercera aún menos atenuada, y así sucesivamente, confiando en que el niño crearía defensas masivas antes de que los verdaderos gérmenes se apoderasen del sistema nervioso. Tras once días, Pasteur estaba inyectando al joven Joseph gérmenes prácticamente sin atenuar. El muchacho no contrajo la rabia, y Pasteur fue más que nunca el hombre milagro.
(Por cierto, el fin de Joseph Meister fue trágico. Creció y acabó trabajando de portero en el Instituto Pasteur, la institución de investigación bautizada con el nombre del gran hombre que le había salvado y en cuyos sótanos estaba enterrado Pasteur. En 1940, con 64 años y siendo todavía portero, los nazis tomaron París. Por curiosidad, un oficial nazi le ordenó que abriese la cripta de Pasteur. Antes que hacerlo Meister prefirió suicidarse.)”
Una de sus diversiones predilectas era invitar a cenar a los siete hombres más gordos de Roma. Se les sentaba en almohadones llenos de aire que eran pinchados de improviso por unos esclavos, derribando al suelo a los obesos comensales. A menudo la comida que se servía era artificial, elaborada con cristal, mármol y marfil o contenía arañas y excrementos. Lo malo, es que la etiqueta romana exigía que la comieran y el emperador disfrutaba viendo como lo hacían. Otra de sus brillantes ideas fue la de derramar pétalos de rosa sobre sus invitados. A simple vista no parece muy peligroso, pero lo que ocurrió fue que se arrojaron tal cantidad de pétalos, que algunos de los asistentes se asfixiaron.
En otra ocasión, al final de un banquete, cuando la gente ya estaba atiborrada de vino y comida, al "angelico" no se le ocurre otra cosa que cerrar todas las salidas del salón y soltar dentro un montón de fieras salvajes. Es fácil imaginar el pánico de los asistentes que ignoraban que el emperador había ordenado extraer los dientes y las zarpas a las fieras para que, al menos, no se comieran a nadie....
En octubre de 1906, el alcalde de Köpernick se encontró en un un aprieto. Un capitán y diez granaderos de la Guardia Prusiana entraron en el ayuntamiento, y de inmediato lo arrestaron a él y a su tesorero. El desconcertado alcalde se enteró de que alguien, al parecer, había amañado las cuentas del municipio, y se confiscaron como pruebas los libros y 4.000 marcos (una suma considerable pero no astronómica). Se requisaron sumariamente dos coches para que llevaran, con una guardia militar, al alcalde y al tesorero a la presencia del general Moltke, en Berlín, quien los interrogaría.
Sin embargo, no había motivos para preocuparse en exceso, porque el general Moltke estaba tan perplejo como ellos y no sabía por qué le habían enviado a estos dos personajes de pueblo. En realidad, el alcalde y el tesorero eran inocentes; el malo de la película era el capitán que los había arrestado, que no era tal capitán sino un zapatero remendón de Berlín, que en ese momento volvía a su casa con 4.000 marcos en el bolsillo.
Wilhelm Voigt, como muchos impostores, tenía antecedentes de delitos leves, y a sus cincuenta y siete años había pasado casi la mitad de su vida en la cárcel. Como dice un biógrafo suyo: “Aparte de su reincidencia continuada, Voigt no podía alegar ninguna razón para ser famoso”. Había empezado su Apostura modestamente, paseándose por las calles de Berlín Vestido con un uniforme de segunda mano de la Guardia Prusiana. Los soldados, programados para reaccionar ante un uniforme, hacían la venia al paso del capitán, y Voigt, envalentado, pensó que podía ir más lejos. El día del incidente de Köpernick, había entrado en el cuartel local del ejército, habia vociferado a un grupo de granaderos para que formara un pelotón, los había llevado hasta la estación de ferrocarril y embarcado en un tren hacia Kópernick. Tan arraigada estaba en la tropa la obediencia sin discusión a las órdenes de un oficial superior que nadie vaciló.
El caso del “capitán de Köpernick” atrajo mucha atención pública, y la opinión se dividió de modo tajante entre los que se sentían indignados por este criminal insulto a las autoridades, tanto militares como municipales, y la mayoría que veía graciosas y hasta notables la iniciativa y la osadía del remendón. Dentro del estilo del humor contemporáneo, Voigt había tirado un pastel de nata a la cara pomposa del poder establecido. Incluso se dijo que el kaiser había considerado a Voigt un “pillo adorable”, y tal vez por su influencia Voigt acabó cumpliendo sólo dos de los cuatro años de la condena que le cayó por el delito. Un admirador pudiente, que lo veía como un “tesoro nacional”, le concedió una pensión generosa. Voigt recorrió América con un número de cabaret basado en su experiencia, y la historia se convirtió en obra de teatro y en película.
Desiring fame & fortune to see her way through her later years, she decided she would be the first person to ride Niagara Falls in a barrel.
Bashevis escribió: Tan solo tenemos sobre la mesa media docena de personajes y ya esta indudablemente presente uno de los temas cruciales; quien hace-rehace-deshace la historia....
Casos como el de Erostrato o Heliogábalo, demuestran el interés de los sucesores en el poder por borrar o difamar la historia de incómodos personajes previos...
¿Tan “malvado” era Heliogábalo?, ¿Tan “malvado” en comparación a los precedentes y sucesores?...Todas estas historias nos llegan de la mano de cronistas y historiógrafos posteriores que evidentemente imprimen un prisma negativo al personaje...
El odio nos lleva a querer borrar la historia...[/center]
Es posible que, si esa lanza no hubiera alcanzado su objetivo, los 1800 años que nos separan de ella hubieran sido diferentes...
Se llama Genesee Hotel Suicide. Fue tomada por el fotógrafo I. Russell Sorgi en 1942 en el hotel Genesee de Búfalo, Nueva York. La mujer que salta desde la octava planta es una divorciada de 35 años. El fotógrafo fue alertado de que sucedía algo extraño en el hotel, se dirigió hacía allí y logró captar el momento en que la mujer caía. Esta instantanea, por lo visto, se ha convertido en uno de los referentes principales de la historia de la fotografía.
http://mujerdevidalegre.blogspot.com/20 ... cidas.html
I was amazed when I saw it and at first thought it might be a fake. I think I stared at it for a full 5 minutes without realizing it.
Needless to say, I was compelled to find out more about it.
An acquaintance of mine posted it with only the information, "NY, 1942, accidental shot". I figured it was from NYC, so I started trying to look it up there. I quickly learned that it is a famous picture from 1942 by I. Russel Sorgi, who worked for the Buffalo Courier Express. It is known as "The Genesee Hotel Suicide" or "The Despondent Divorcee."
After learning about the situation surrounding this captured second in time, you begin to notice details aside from the main subject. Notice the police woman (maybe a meter maid?) running in the front door of the Hotel. Notice the man sitting in the window of the coffee shop, wondering what is going on. Imagine how his life changed the second after this picture was snapped.
It's crazy to think about.
I found that The Genesee Hotel sat at 530 Main Street from 1882 to 1922. Not sure what is there now. Knowing Buffalo and all the wonderful architecture here, it's probably looks quite similar to this photo. Anyone know? Maybe I'll remember to check when I'm in the area.
http://estrip.org/elmwood/journals/inde ... l&id=43265
La muerte de un discreto pianista de jazz llamado Billy Tipton, ocurrida a la edad de 74 en la pequeña ciudad norteamericana de Spokane, Washington, fue una de las noticias más espectaculares del año 1989, no porque Tipton fuese un músico de renombre sino porque, una vez hallado su cadáver por los médicos, se descubrió que en verdad era una mujer que había vivido haciéndose pasar por hombre desde los diecinueve años de edad.
Cuando la ambulancia llegó al domicilio de Tipton, un sábado de enero de 1989, su hijo adoptivo William estaba esperándola para transladar a Billy de urgencia al hospital más cercano. Su padre llevaba un año separado de Kitty, su tercera esposa. Los médicos desplegaron la camilla, tendieron allí el cuerpo débil del músico y un enfermero le abrió la camisa del pijama para poder revisarlo. "Hijo", le preguntó a William, "¿tu padre se hizo un cambio de sexo?". Durante casi cuatro décadas, nadie --excepto el propio Tipton-- había visto aquel torso desnudo, ni siquiera sus mujeres. "Me quedé con la mente en blanco", contó William, años más tarde. "Pensé que estaba alucinando o algo por el estilo". El lunes, muerto ya Tipton, la autopsia determinó que el cuerpo correspondía al de una mujer biológicamente normal. Alguien del hospital llamó por teléfono al periódico local para ofrecer la primicia. La viuda, Kitty, quiso impedir el escándalo, mandó cremar el cadáver e hizo una visita al jefe de redacción del diario local para pedirle que respetara su privacidad familiar. El jefe le prometió no publicar nada hasta después del entierro.
"Músico de jazz pasó toda su vida escondiendo un fantástico secreto", fue el titular del 31 de enero. Las agencias se encargaron de diseminar la noticia y hasta el New York Times publicó un obituario de Tipton. Invitada a varios talk shows de tevé, Kitty aseguró que había vivido en la ignorancia del secreto porque Billy y ella no mantenían relaciones sexuales "dado su pésimo estado de salud". Para entonces, la familia Tipton estaba partida en dos: de un lado Kitty y William; del otro John y Scott, los hijos mayores, también adoptados. La enemistad llegó a tal extremo que, después de la cremación, se dividieron las cenizas en dos urnas, una para cada parte. "Vaya ironía", escribió un periodista, "hasta el final hubo dos Billy Tiptons".
El 7 de agosto de 1974 un hombre llamado Philippe Petit caminó sobre un alambre tendido entre las torres del World Trade Center de Nueva York. Constituye la mayor hazaña de funambulismo conocida hasta el día de hoy.
El artista callejero que cometió tal locura tenía entonces 24 años, y su proyecto se remontaba al invierno de 1968, cuando, aún en París, acudió al dentista para poner fin a un tremendo dolor de muelas. En la sala de espera dio por casualidad con un artículo sobre el -entonces- proyecto arquitectónico de las Torres Gemelas. Petit se sintió automáticamente fascinado, arrancó la hoja y se volvió a casa con el mismo dolor de muelas con el que acudió a la consulta, pero con una idea que le obsesionaría los próximos seis años: tender un alambre entre esas torres y demostrar al mundo entero su destreza como funambulista.
Mientras las enormes moles de acero y cristal eran construidas, nuestro amigo entrenó duro, reunió todo el dinero que pudo con sus actuaciones en la calle, y estudió a conciencia la estructura de los edificios, almacenando toda la información que sobre ellos llegaba a sus manos. El invierno de 1974 tomó un vuelo a Nueva York y durante meses realizó mediciones, tomó innumerables notas, se hizo con el material necesario, y entró ilegalmente en los edificios –aún desocupados- para anotar horarios, rutas de los vigilantes y códigos de acceso. Nadie reparó en él. Nadie lo detuvo. Su actitud sería hoy considerada sin miramientos la de un terrorista, pero la única vida que Philippe Petit quería arriesgar era la suya propia. Su proyecto le resultaba inexcusable. Haría lo imposible por conseguirlo.
Finalmente, tras pasar toda una noche colocando el cable -que fue lanzado de una a otra azotea con un arco, y anclado y atirantado con precisión con la ayuda de varios amigos- Philippe se lanzó al alambre mientras amanecía. Llevaba consigo únicamente una pértiga desmontable, y eran poco más de las siete de la mañana. Manhattan apenas despertaba en su actividad. Ante la mirada atónita de las autoridades policiales, de los vigilantes del edificio, y de cientos y luego miles de viandantes neoyorkinos, Philippe Petit fue feliz sobre la cima del mundo, acariciando las nubes.
Durante aproximadamente tres cuartos de hora el joven se paseó sobre el alambre. Primero lentamente, luego más rápido, bailando, dando saltos. No había forma humana de detenerle: le amenazaron con destensar el alambre, con atraparlo desde un helicóptero, pero nadie tuvo valor: su presencia, el vértigo, la alegría y la incontestable belleza de lo que estaba mostrando dejó anodadado a medio mundo a través de los medios de comunicación.
Cuando por fin accedió a bajar fue esposado y detenido, pero todos los cargos que acumuló le fueron retirados. Fue sentenciado a realizar su paseo, a menor altura, en Central Park, para disfrute de un público literalmente rendido a sus pies.
Desde entonces Philippe Petit ha repetido sus paseos sobre el alambre en numerosos lugares por todo el mundo. Su trabajo no es fácil, y nunca le ha resultado rentable. Ha publicado varias obras, entre ellas un Tratado sobre Funambulismo, y un libro (To Reach the Clouds) en el que explica cómo gestó y realizó su paseo entre las Torres Gemelas. Philippe apenas acumula pertenencias (a no ser varias botellas de buen vino francés), y entre sus amistades se cuentan artistas, escritores e intelectuales como Paul Auster o Werner Herzog. Hoy, a sus 56 años, está considerado un artista y un poeta, y sigue acariciando su proyecto más difícil y largamente postergado: realizar un paseo sobre el Gran Cañón del Colorado.
Pero ¿Cuál es la atracción del vacío? ¿Por qué nos fascina el funambulismo?
En primer lugar porque -al menos en el caso de Philippe- se trata de un verdadero duelo a muerte: una ráfaga de viento mal ponderada puede dar al traste con todo. Esto convierte el funambulismo de este artista francés en una disciplina radicalmente distinta de la circense: Petit no busca el aplauso como el mono amaestrado, cada uno de sus paseos es largamente meditado, concienzudamente diseñado, y cuidadosa y pacientemente ejecutado. Y siempre escogiendo lugares abiertos y cargados de significado, paisajes que, cosidos por sus paseos, se tornan sobrecogedores.
En tanto que sus hazañas son siempre diferentes entre sí e irrepetibles su trabajo es el trabajo del poeta y del artista, y su objetivo la belleza y la provocación.
Gracias a la maquinaria de la nube por la fantastica informacion!!
http://www.espacioblog.com/rrose/post/2 ... -del-vacio
1 - Se trata de llevar la vida al otro lado. A la fascinación del peligro extremo se le une el encanto añadido de lo clandestino. A un lado, la masa de una montaña. Una vida que el funambulista conoce. Al otro, un universo de nubes tan lleno de lo desconocido que hasta le resulta vacío. Demasiado espacio. A sus pies, un cable de acero. Nada más. Sus ojos captan lo que se levanta frente a él, que no es más que la parte superior de la torre norte del World Trade Center. Sesenta metros de cable por delante. El camino está trazado. Philippe Petit está a 400 metros de altura, entre las dos Torres Gemelas, verano de 1974.
Paul Auster aún recuerda con intensidad y emoción la mañana de 1974 en que su amigo el funambulista Philippe Petit "le hizo un regalo de una asombrosa e indeleble belleza a Nueva York". Ese día, Philippe Petit, después de meses de preparativos clandestinos, tendió por sorpresa un alambre de acero entre las torres gemelas del World Trade Center y fue de una azotea a la otra, cruzó el vacío en una larga travesía del aire que duró 45 minutos inmortales.
Que recordemos mucho más la destrucción de las torres gemelas que aquel acto artístico de gran belleza que tuvo lugar un cuarto de siglo antes en el mismo escenario es, en el fondo, algo bien comprensible, pues hubo un mortal desastre aquel 11 de septiembre. Pero eso no quita que sería genial si, en lugar de arrinconar tanto la memoria de la belleza, estuviéramos hechos de otra materia y fuéramos capaces de recordar con la misma intensidad que la destrucción la poesía extraordinaria del gesto del funambulista Philippe Petit el día en que alcanzó las nubes en lo alto del World Trade Center.
Alcanzar las nubes, que publica Alpha/Decay, es el libro en el que Philippe Petit cuenta detalladamente la historia de la gran aventura que terminó el día en que al sur de Manhattan realizó su más grande actuación aérea: el día en que, venciendo al vértigo ("guardián del abismo" lo llama), entró en contacto directo con los dioses al cruzar de una azotea a otra en lo más alto del cielo y del aire de Nueva York.
De lo que es capaz un hombre. Pero la gran acción -siempre hay un lado cómico en toda gran acción- se gestó en realidad en un lugar muy pequeño, en el invierno de 1968, en París, en la sala de espera de un dentista. Philippe Petit apenas tenía 18 años cuando, con dolor de muelas y estilo ya funámbulo, hojeó un Paris Match en el que se decía que estaban terminando de construir las torres gemelas de Nueva York y que éstas superaban en un buen número de metros a la pobre Tour Maine-Montparnasse. Parecía que le estuvieran diciendo que las dos torres de Nueva York eran inalcanzables. Philippe arrancó la hoja de la revista y salió corriendo de la sala de espera de aquel dentista, y a partir de entonces pasó a vivir con su obsesión por tender un cable entre las dos torres y cruzarlas. Viajó a Nueva York y durante meses comenzó a inspeccionar las posibilidades de subir clandestinamente una madrugada hasta la azotea de la torre sur del World Trade Center y hacerlo provisto de todo para la proeza: cuerdas de polipropileno y nailon, aparejos de poleas con gavillas, cables de acero de varios diámetros, vigotas con cuerdas de fibra, cinturones de seguridad, guantes de obra, destornilladores y llaves inglesas.
Cuando años más tarde, en 1974, en la aduana de Nueva York un policía le preguntó por qué llevaba todo aquello en el equipaje, Philippe Petit contestó:
-¡Oh!, no es nada. Soy funámbulo, y estoy aquí para tender un cable entre las torres gemelas del World Trade Center.
El policía respondió con una larga y sonora carcajada y con un ademán le invitó a entrar en Estados Unidos.
2 - Tras su ilegal travesía del aire, los periodistas le preguntaban a coro en la comisaría por qué lo había hecho, y contestó espontáneamente: "Cuando veo tres naranjas hago malabarismos, cuando veo dos torres, ¡camino!".
De Alcanzar las nubes -que he leído poniéndome muchas veces en el lugar de Philippe Petit y sintiendo entonces un vértigo infinito- difícilmente olvidaré un momento, curiosamente uno de los pocos que no relaciono con el vértigo físico, sino con un sentimiento de misterio y al mismo tiempo de vértigo anímico, interior. Un hecho pavoroso, cargado de extraño significado, como una premonición de la altura del vértigo del propio rascacielos en construcción. Un hecho pavoroso visto en retrospectiva, es decir, visto después del 11 de septiembre. Se trata del momento extraño en que Petit está haciendo las primeras inspecciones para ver si será posible realizar su actuación por sorpresa y percibe un H. A., es decir, un "hecho aislado", que así es cómo los antropólogos llaman en sus informes a cualquier hallazgo atípico en su campo. Philippe Petit está subiendo las escaleras de las plantas más altas de la torre sur y le parece que ha habido un terremoto, que luego ve que en realidad ha sido una sacudida, una sacudida interior. En cuestión de segundos, los escalones de metal empiezan a trepidar bajo sus pies. Luego las barandillas a las que se agarra vibran levemente. No, no tan levemente. Los escalones, las barandillas y su cuerpo han traspasado su temblor a los tabiques del hueco de la escalera y todo el edificio empieza a estremecerse. A través de la obra le llega el grito de la torre: su estructura de acero que se dilata y se encoge, que se retuerce y aplasta, ha dejado escapar una queja de dolor.
Imposible no pensar que un hombre, el funambulista Philippe Petit, fue advertido vagamente por el propio edificio de lo que un trágico día -que todo el mundo hoy recuerda- sucedería.
ENRIQUE VILA-MATAS
La altura del vértigo
La llegada del blanco al territorio selk’nam no pudo más que desatar el quiebre del delicado equilibrio existente entre territorio y cosmovisión, la dinámica entre ambos sucumbió rápidamente frente al invasor, que no vislumbró las consecuencias funestas en que se traduciría su llegada. La ocupación de los territorios desató la ira de los selk’nam, que no dudaron en defender y vengar actos que se habían desencadenado muertes, violaciones, vejaciones por años. El resentimiento fue un estado permanente, manifestándose con animosidad hacia los empleados de estancias, rompiendo los cercos, arreando grandes cantidades de animales, quemando casas y atacando a hombres. Pero esta actitud, no logró traducirse en un verdadero ambiente bélico, por las claras desventajas materiales que poseían los selk’nam frente a todo el cuerpo establecido para su ataque y captura. Esta diferencia fue el elemento clave que no permitió generar una resistencia por parte de los indígenas para permanecer en sus territorios, y en consecuencia la rendición y la resignación forzada, fue una de las tantas causas para su desaparición como pueblo establecido.
Y sí. No es un hilo que hable de cine. De modo que estará bien en "Off topic", subiendo en ascensor el nivel temático.Bashevis escribió:Ya de primeras no se donde debería ir este tema (me pierdo entre tanta division , lo siento). No es precisamente una idea desopilante, por momentos rozara lo horripilante, pero bueno se trasladara a donde sea conveniente.
El artista checo Miroslav Tichý, introvertido y excéntrico, fue encarcelado y tomado por loco por el régimen comunista. Marginado por propia voluntad, se dedicó luego durante 30 años a retratar a las mujeres de su pueblo con cámaras artesanales. Su obra se expone hoy por el mundo.
Una lata de tomate usada. Un trozo de plexiglás abandonado. Un paquete de cigarrillos vacío. Que con desechos de ese tipo se puedan fabricar cámaras fotográficas es algo de por sí sorprendente. Que con el transcurrir del tiempo las imágenes capturadas –todas de mujeres de un pueblo perdido de Chequia– con semejantes cámaras acaben expuestas en museos y galerías de arte de Berlín, Zúrich y Nueva York, y estén cotizadas entre 4.000 y 8.000 euros cada una, parece algo imposible. Si a esto se añade que el autor se desinteresa del éxito y es una especie de eremita de la época moderna –un octogenario que en 1948 decidió aislarse de la represora sociedad comunista en el poder en su país, y que pagó por ello con una quincena de años de cárceles y hospitales psiquiátricos–, entonces la historia ya suena a ciencia-ficción. Sin embargo, es real. Se trata de la vida y el arte de Miroslav Tichý, un hombre considerado un demente sin techo por la gente de su pueblo de origen. En realidad, un hombre quizá menos loco que la sociedad que le rodeaba.
Su historia comienza el 24 de febrero de 1948. Ese día, el golpe de Estado de los comunistas checoslovacos derrumba el Gobierno democrático en el poder y, a la vez, cambia el rumbo de la inestable vida de Miroslav Tichý. En aquel entonces, Tichý era un excéntrico y dotado alumno de la Academia de Bellas Artes de Praga, y la pasión de su vida era la pintura. Esa fecha supone también el nacimiento de la barba y el pelo largos que envolverían su rostro durante medio siglo, el inicio de su marginación de una sociedad que le horrorizaba y de su alejamiento de los cánones de la normalidad burguesa.
Aunque la única ambición de este hombre extraño era, fundamentalmente, mantener su libertad, muy pronto su actitud fue interpretada como una forma de disidencia por las autoridades comunistas, que empezaron a controlarle, a impedirle ejercer la pintura y a acosarle hasta encerrarle en cárceles y hospitales psiquiátricos durante tres lustros, el tiempo que tardarían en enterarse de que se trataba de un hombre pacífico, sin intención de animar rebeliones. Una vez libre, Tichý se instaló en una infravivienda en su pueblo natal, Kyjov. Se trataba, sin embargo, de una libertad limitada, ya que le estaba prohibido pintar. Fue entonces, en los años sesenta, cuando decidió dedicarse a la fotografía. Así empezó el romántico e increíble recorrido de un hombre decidido no sólo a no depender de una sociedad represora, sino también a buscar y atrapar la belleza evidente o escondida de las mujeres que le rodeaban. El resultado es un sorprendente y conmovedor monumento a la elegancia y sensualidad femeninas.
Desde mitad de la década de los sesenta hasta la de los noventa, todos los días Miroslav Tichý se levantará pronto y deambulará por Kyjov, observará a las mujeres y disparará 100 instantáneas diarias. Con cámaras nacidas de la basura –y de su ingenio poderoso–, Tichý caza durante tres décadas la belleza más profunda de las mujeres del pueblo: en su vida cotidiana, en el mercado, en las paradas de los autobuses, en la piscina comunal… Cuando llega la noche vuelve a su agujero maloliente y amplía las mejores fotografías con instrumentos también fabricados con desechos. La gente del pueblo le considera un loco, un extraño y maniático clochard. Nadie sospecha que las imágenes cazadas por Tichý con sus objetivos de lata son arte puro, que lo que hace este hombre sucio y mal vestido es salvar en sus películas una belleza que resulta invisible para los demás; un mundo de armonía, sensualidad y gracia que sin su ojo se perdería para siempre. Nadie lo sospecha, salvo Roman Buxbaum.
Gracias a Buxbaum, la historia y el arte de Tichý no se han perdido en el olvido. La familia Buxbaum era amiga de la de Tichý desde cuatro generaciones atrás, y Roman –que hoy tiene 49 años, es psiquiatra y vive en Zúrich– conoció al excéntrico Tichý cuando era niño. Buxbaum es hoy, además, uno de los pocos que tienen acceso a él. “Miroslav es una persona introvertida, que no quiso adaptarse a las reglas establecidas. El choque con la sociedad le colocó en una espiral de la que surgió un hombre desinteresado por el mundo real y sus materialidades. Tichý empezó entonces a descuidar su aspecto, a romper sus relaciones, a construirse un universo propio”, cuenta Buxbaum. “De ahí surge el equívoco. Por su aspecto descuidado, todos le consideraron un vagabundo, un demente. Sin embargo, es una persona sensible y culta. El mundo que se fabricó, en el que se encerró, estuvo siempre repleto de libros: de filosofía, historia, poesía…, y de óptica, lo que le servía para construir cámaras”.
Dice Buxbaum que tiene recuerdos de Tichý desde su niñez, pero que fue en los años ochenta cuando descubrió su tesoro. “Su obra me provocó desde el principio emociones fuertes y contradictorias. Yo sabía que allí había un tesoro del que nadie conocía siquiera su existencia. Durante muchos años estuve preguntándome si era justo o no intentar sacarlo a la luz. Tichý hizo aquellas fotos para sí mismo, sin ninguna intención de publicarlas. Pero, a pesar de que no estuviera interesado, yo sentía un fuerte impulso: que la gente pudiera disfrutar de su obra. Y también que Tichý fuera reconocido públicamente como artista antes de morir. La gente del pueblo se rio de él durante décadas. Ahora no entienden muy bien cómo es posible que la obra de ese loco esté colgada en grandes museos ni comprenden qué es lo que tienen de especial sus fotografías, pero han tenido que asumir que es un artista. Espero que eso garantice a Tichý algo de respeto en los últimos años de su vida”.
Consciente del valor de la obra de Tichý, Buxbaum empezó a recolectar y guardar sus fotos. “Él no da mucha importancia a su trabajo fotográfico. Se considera ante todo pintor. Por eso descuidaba, perdía, rompía su material. A veces lo regalaba. Mientras la duda sobre qué hacer seguía viva dentro de mí, fui recolectando mucho material”.
Y la duda se disolvió hace cinco años. “Volví a Kyjov de vacaciones, y me di cuenta de que Tichý estaba envejeciendo rápidamente. Sentí, de repente, que debía hacer algo antes de que se muriera”. Se llevó entonces parte del material a Zúrich para enseñarlo a los dueños de una galería. Y desde allí empezó a circular por el mundo. Pasó por la Bienal de Sevilla de 2004, por la Nolan / Eckman Gallery de Nueva York, por la Kunsthaus de Zúrich (justo tras una exposición de Henri Cartier-Bresson), por la galería Arndt de Berlín. Algunas de sus fotos alcanzaron una cotización de entre 4.000 y 8.000 euros en el mercado. Y un documental sobre su vida y obra, Tarzan in pension, que el propio Buxbaum dirigió y cuyo título está tomado de la respuesta que Tichý daba a la gente de Kyjov cuando le preguntaba si era un pintor, un fotógrafo o un filósofo. “¡Soy un Tarzán retirado!”, contestaba.
“Yo descubrí sus fotografías en la galería de Zúrich a la que las había llevado Buxbaum”, cuenta Tobia Bezzola, comisario de la exposición sobre Tichý en la Kunsthaus de la ciudad suiza. “Me quedé fascinado al instante. Al principio pensé que se trataba de la obra de un joven que reelaboraba viejo material fotográfico, porque Tichý no se limitaba a hacer fotos, sino que en muchos casos fabricaba también marcos que yo creía sobrepuestos posteriormente. Luego me contaron su increíble historia. Contacté con Buxbaum, fuimos a Kyjov. Allí pude conocer al autor y profundizar en su trabajo. Se trata de una obra con un tema único, obsesivo: cuerpos femeninos… La belleza de las mujeres de Tichý es sorprendente. La mayoría no son guapas, y, sin embargo, él sabe capturar su belleza. En ningún momento, Tichý aceptó hablar conmigo de la galería erótico-emocional que representa su obra. Se escondió tras comentarios filosóficos, enigmáticos; a veces interesantes, a veces banales. Mi impresión es que quería despistarme. Que el sentido profundo de las fotografías era algo demasiado íntimo como para que le apeteciera hablar de ello. La perspectiva de la exposición le dejó indiferente, lo que me pareció coherente con su filosofía”.
A pesar del reconocimiento internacional que sus fotos están cosechando, Tichý sigue viviendo en el mismo agujero en Kyjov. “No podría ser de otra forma”, dice Roman Buxbaum. “Yo cuido de él e intento que pueda disfrutar de los beneficios económicos que su obra produce, pero él no lo acepta. Entonces, el dinero que he recaudado con la venta de algunas fotos lo uso para promocionar su obra, financiar publicaciones y organizar un archivo a través de una fundación llamada Tichý Oceán. En todo caso, gran parte de sus fotos no se pondrá a la venta”, explica. “Naturalmente, Tichý no ha venido a ninguna de las galerías en las que se ha expuesto su obra. Ni se lo pregunté”, añade. “Pero cuando le enseñé el catálogo vi en sus ojos algo que se parecía a una especie de felicidad”.
Ahora, los de Kyjov ya no se ríen tanto del extraño hombre de la barba larga que iba siempre cargado con objetivos de lata.
http://www.elpais.com/articulo/portada/ ... spor_9/Tes
Bashevis escribió:L’Epuration ; Historia de la Venganza I
"Ante tal espectaculo, cualquiera podia avergonzarse de ser hombre"
Podria poner una veintena de fotos, pero me sobra con dos para decirlo todo.
Que fuerza, que mirada, que gesto, que nada... Impresionante.
Robert Capa - Chartres (Julio de 1944)
Bibliografía y Videografía :
- Fabrice Virgili « France "virile" : Des femmes tondues à la libération »
- Robert Aron « Histoire de l’Epuration »
- Jean-Gabriel Périot « Eut-Elle Ete Criminelle » (2006)
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