El aprendiz de panadero, de Peter Reinhart.
El problema es que al traductor español (qué asco de traductores para los libros de gastronomía: todos son penosos, de verdad: cuando no se lían en las recetas, hay ingredientes fantasma que no aparecen -o aparecen en el listado de los ingredientes y no en la receta o al revés-) no se le ha ocurrido traducir bien las harinas "al gusto español", para que los españoles se enteren, sobre todo habida cuenta de que no tenemos cultura harinera en este país. Mucho campo de trigo, mucho campo de trigo, mucho cereal, pero luego vas al supermercado y, con mucha suerte te encuentras:
-Harina de garbanzos "especial tortillitas de camarones".
-Harina de repostería.
-Harina de fuerza con sus correspondientes aditivos artificiales. Que para qué los queremos si yo quiero aprender a hacer pan para no echarle aditivos artificiales. Coño ya.
-Harina. Sin más. No te ponen el grado de fuerza que tiene ni falta que le hace.
-Harina integral. Idem de idem.
Ni un cachito harina de centeno, ni un cachito harina de uva cabernet (jajaja, pidiendo la luna, estamos), ni un cachito harina de avena...
Y luego te viene el traductor del Reinhart diciéndote cosas como "Harina de trigo durillo".
¿Qué es la harina de trigo durillo?
-Harina de panadería sin blanquear. Pero hombre por dios, si no me ponen el grado de fuerza que tiene la harina, ¿tú crees que me van a poner si está blanqueada o no?
Así que aquí estoy: intentando averiguar cómo funciona el porcentaje matemático del panadero y mezclando harinas como una tonta.
Eso sí: el pan me sale rico. Como solo lo como yo...