Hace unos meses planté aquí mi respuesta al título de este hilo, a saber,
Manao Tupapao (1892) de Paul Gauguin:
Añadí algunos enlaces informativos, que son mucho menos concisos y elegantes que el comentario de John Rewald en 'El postimpresionismo : de Van Gogh a Gauguin'. - 1982, Alianza Forma -hay cosas que sólo se encuentran en papel, amiguitos-.
Trascribo ese comentario y de paso refloto este hilo tan mono.
“A fin de explicar mi arte tahitiano –escribió más tarde Gauguin- puesto que lo consideran incomprensible, queriendo dar la idea de una naturaleza exuberante y desordenada y de un sol tropical que abrasa todo lo circundante, tenía que dar a mis figuras un marco adecuado. Aunque no esté exenta de intimidad, realmente es vida al aire libre, en la espesura, en los arroyos umbríos, con las mujeres parloteando en un inmenso palacio decorado por la propia naturaleza con todas las riquezas que Tahití encierra. De ahí esos colores fabulosos y ese aire abrasador pero tamizado, silencioso. –‘¡Pero todo eso no existe!’ – Sí, existe como el equivalente de esa grandeza y profundidad, de ese misterio de Tahití, cuando hay que expresarlo en una tela de metro cuadrado”.
En algunas ocasiones el empeño de Gauguin de encontrar equivalentes plásticos a los misterios de Tahití le inspiró composiciones complicadas en las cuales cada detalle tenía un significado preciso, aunque no siempre evidente. Una noche, al volver de Papeete, encontró a Tehura que lo esperaba en la cama, echada boca abajo y con los ojos agrandados por el miedo a la oscuridad. En esta escena encontró tema para uno de los cuadros más importantes de cuantos pintó en Tahití, cuadro cuyo carácter simbólico describió repetida y extensamente:
“Hice el desnudo de una joven”, escribió a su esposa. “En esa postura falta muy poco para que resulte indecente. Y sin embargo es así como yo la quería, me interesan las líneas y el movimiento. Una muchacha europea habría tenido miedo de que la sorprendiesen en esa postura; las mujeres de aquí, en absoluto. Di a su rostro una expresión un poco asustada. Ese miedo debe tener un pretexto, si no una explicación, y esto es el carácter de la persona, una maorí. Por tradición, estas gentes tienen mucho miedo al espíritu de los muertos. Tengo que explicar sus temores con un mínimo de medios literarios, a diferencia de lo que se hacía en el pasado (subrayado mío). Así que hago lo siguiente: armonía general sombría, triste, estremecedora, sonando a la vista como un toque de difuntos. Violeta, azul oscuro y amarillo anaranjado. Doy a la sábana una tonalidad amarillo – verdosa, en primer lugar porque las sábanas de estos salvajes son diferentes de las nuestras (están hechas de cortezas de árbol batidas); en segundo lugar porque produce y da la idea de luz artificial (las mujeres tahitianas nunca se acuestan a oscuras) y sin embargo no quería ningún efecto de luz de lámpara (es común); en tercer lugar, porque ese amarillo, enlazando el amarillo anaranjado y el azul, contempla el acorde musical. Hay algunas flores en el fondo, pero puesto que son imaginarias, no deben resultar reales; las hice parecidas a chispas. Los polinesios creen que las fosforescencias de la noche con los espíritus de los muertos. Creen en ello y les da miedo. Por último, hago el fantasma muy simplemente, una mujer menuda, una mujer menuda, inofensiva, porque la muchacha sólo puede ver el espíritu del muerto vinculado a la persona muerta, es decir, una persona como ella misma”.
En el extremo superior izquierdo de la tela Guaguin, como de costumbre, escribió el título tahitiano: Manao Tupapao. Según sus notas, estas palabras tienen dos significados: o bien ‘Ella piensa en el espíritu del muerto’ o bien ‘El espíritu del muerto la recuerda’ (Rewald reproduce en el pie de imagen el título convencional: ‘El espíritu del muerto acecha’). Así sintetizó lo que había tratado de plasmar en esta composición: “La parte musical: líneas horizontales ondulantes, armonías de naranja y azul unidas por amarillos y violetas, sus derivados que aparecen iluminados por chispas verdosas. La parte literaria: el espíritu de un alma viva unida al espíritu de los muertos. El Día y la Noche”.
Del mismo modo que los poetas simbolistas habían pretendido vestir sus ideas de una forma sensible, que habían buscado un estilo arquetípico y complejo, elipsis misteriosas y un vocabulario personal, del mismo modo que habían proclamado su intención de situar el desarrollo del símbolo en sueños directos, así trataba ahora Gauguin de componer un vocabulario personal de colores y líneas, un estilo complejo que, unido a una predilección por los sueños, le permitiera obtener un simbolismo pictórico de nuevo cuño. Basado en elementos tomados del folklore de la isla, obsesionado por las cosas que observaba pero yendo más allá de ellas, combinándolas con el poder sugestivo y el significado de líneas y colores, guiado por el deseo de simplificar aunque sin llevar nunca las abstracciones a extremos irreconocibles, este simbolismo era mucho más profundo, más genuinamente místico que el de sus composiciones religiosas más obvias de Bretaña. De este modo, en contacto con los mares del Sur, con un mundo totalmente nuevo y misterioso no contaminado por las preocupaciones europeas, Gauguin no sólo volvió a lo salvaje, como él lo llamaba, sino que también logró un estilo cuyos cimientos habían quedado puestos en aquel círculo tan falto de simplicidad de sus amigos literatos de París.
Si es probable que Gauguin pensara en Mallarmé y en sus seguidores a la hora de explicar su cuadro de Manao Tupapau, también es probable que haya recordado a Redon mientras lo pintaba. En realidad, el enigmático perfil del espíritu de la muerta y las centelleantes flores del fondo son elementos que tienen cierta semejanza con las apariciones del universo imaginario de Redon. Es indudable que Gauguin pensó en Mallarmé, pues le envió una escultura de madera, el perfil de una tahitiana, y también le envió un dibujo a Mirbeau, considerando prudente mantener sus conexiones con un hombre tan útil. En cambio, al parecer no se preocupó de enviar a Aurier un recuerdo de su exilio, tal vez porque se sentía seguro de su apoyo constante e incondicional.