Fragmentos

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Feve
 
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Fragmentos

Mensaje por Feve » 23 Oct 2014 10:43

Acabo de leer el fragmento de Rayuela que ha puesto lila aquí y, por seguir con el tema de los trocitos de lecturas:


Ahora es ya pleno día y de repente otra vez domingo en erupción inesperada. El domingo es un día de ecos; cálidos, secos, y por todas partes el zumbido de abejas y avispas, gritos de pájaros y la lejanía de los martillazos acompasados, ¿de dónde vienen los ecos del domingo? Yo que detesto el domingo porque está hueco. Yo, que quiero la cosa más primordial porque es la fuente de la generación –yo que ambiciono beber agua en el manantial de la fuente-, yo que soy todo eso, debo por fatal y trágico destino conocer tan sólo y experimentar tan sólo los ecos de mí, porque no capto el mí propiamente dicho. Estoy en una expectativa estupefaciente, trémula, maravillada, de espaldas al mundo, y en alguna parte huye la inocente ardilla. Plantas, plantas. Me quedo dormitando bajo el calor estival del domingo lleno de moscas volando alrededor del azucarero. Y todo eso lo he pintado hace algún tiempo y en otro domingo. Y he aquí aquel lienzo, antes virgen, ahora cubierto de colores maduros. Moscas azules brillan ante mi ventana abierta al aire de la calle adormilada. El día parece la piel estirada y lisa de una fruta que con una pequeña catástrofe los dientes rompen, su zumo escurre. Tengo miedo del domingo maldito que me liquida.

Clarice Lispector (Agua Viva)

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Re: Fragmentos

Mensaje por lila » 28 Oct 2014 22:32

El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una adolescente virgen. Me acordé de Rosa Cabarcas, la dueña de una casa clandestina que solía avisar a sus buenos clientes cuando tenía una novedad disponible. Nunca sucumbí a ésa ni a ninguna de sus muchas tentaciones obscenas, pero ella no creía
en la pureza de mis principios. También la moral es un asunto de tiempo, decía, con una sonrisa maligna, ya lo verás. Era algo menor que yo, y no sabía de ella desde hacía tantos años que bien podía haber muerto. Pero al primer timbrazo reconocí la voz en el teléfono, y le disparé sin preámbulos:
-Hoy sí.
Ella suspiró: Ay, mi sabio triste, te desapareces veinte años y sólo vuelves para pedir imposibles. Recobró enseguida el dominio de su arte y me ofreció una media docena de opciones deleitables, pero eso sí, todas usadas. Le insistí que no, que debía ser doncella y para esa misma noche. Ella preguntó alarmada: ¿Qué es lo que quieres probarte? Nada, le contesté, lastimado donde más me dolía, sé muy bien lo que puedo y lo que no puedo. Ella dijo impasible que los sabios lo saben todo, pero no todo: Los únicos Virgos que van quedando en el mundo son ustedes los de agosto.
¿Por qué no me lo encargaste con más tiempo? La inspiración no avisa, le dije. Pero tal vez espera, dijo ella, siempre más resabida que cualquier hombre, y me pidió aunque fueran dos días para escudriñar a fondo el mercado. Yo le repliqué en serio que en un negocio como aquél, a mi edad, cada hora es un año. Entonces no se puede, dijo ella sin la mínima duda, pero no importa, así es más emocionante, qué carajo, te llamo en una hora.

No tengo que decirlo, porque se me distingue a leguas: soy feo, tímido y anacrónico. Pero a fuerza de no querer serlo he venido a simular todo lo contrario. Hasta el sol de hoy, en que resuelvo contarme como soy por mi propia y libre voluntad, aunque sólo sea para alivio de mi conciencia. He empezado con la llamada insólita a Rosa Cabarcas, porque visto desde hoy, aquél fue el principio de una nueva vida a una edad en que la mayoría de los mortales están muertos.

Vivo en una casa colonial en la acera de sol del parque de San Nicolás, donde he pasado todos los días de mi vida sin mujer ni fortuna, donde vivieron y murieron mis padres, y donde me he propuesto morir solo, en la misma cama en que nací y en un día que deseo lejano y sin dolor.


Memoria de mis putas tristes
Gabriel García Márquez

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Re: Fragmentos

Mensaje por Feve » 06 Nov 2014 20:30

¿La palabra fue antes que el hombre o fue después? Yo creo que fueron al mismo tiempo Dios, palabra y hombre, porque eran la misma criatura, creada por sí misma. Por eso, cuando te digo amor, vivo y te hago vivir en mí y somos dos en una misma persona, como el hombre, la palabra y Dios son la misma cosa. ¿Te imaginas cómo debió de formarse la primera palabra de amor en el paraíso, entre tanta crudeza primitiva, tanta soledad por todas partes, tanta ignorancia de la felicidad humana? Era ya amor antes de pronunciar la palabra y debió de hacerse poco a poco, como las cosas que duran, con los días largos de los años largos, de aquel vagabundeo sin sentido, de aquel terror infinito sobre la tierra. Fue la primera palabra de amor la que creó el amor, que ya estaba naciendo, pero que necesitó la palabra para hacerse, para acabar de hacerse; debió de ser una mezcla de rugido y de zarpazo, envuelto en una ternura que se desconocía. ¿Te imaginas cómo sería aquella palabra? ¿Cómo sonaría en aquel vacío sin historia? ¿Cómo se quedaría en aquella memoria de la nada, hecha de frío y de desamparo, y cómo acudirían a ella con frecuencia, para repetirla, para recordarla, para no dejarla perder en aquella vastedad amenazante y hosca de la que venían y a la que volverían otra vez, si aquella palabra, la primera palabra de amor se les perdiese?

Luciano G. Egido (El corazón inmóvil)

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Re: Fragmentos

Mensaje por chuschao » 06 Nov 2014 21:42

No voy a ser nada original, pero hay cosas que te marcan de por vida...
"Llamadme Ismael. Hace unos años -no importa cuánto hace exactamente-, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo. Es un modo que tengo de echar fuera la melancolía y arreglar la circulación. Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un nuevo noviembre húmedo y lluvioso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes; y, especialmente, cada vez que la hipocondría me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar metódicamente el sombrero a los transeúntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda. Es mi sustituto de la pistola y la bala. Catón se arroja sobre su espada, haciendo aspavientos filosóficos; yo me embarco pacíficamente. No hay en ello nada sorprendente. Si bien lo miran, no hay nadie que no experimente, en alguna ocasión u otra, y en más o menos grado, sentimientos análogos a los míos respecto del océano".
:hi:
“Podré no estar de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”

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Re: Fragmentos

Mensaje por Toma Alistar » 06 Nov 2014 22:45

chuschao escribió:No voy a ser nada original, pero hay cosas que te marcan de por vida...
"Llamadme Ismael. Hace unos años -no importa cuánto hace exactamente-, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo. Es un modo que tengo de echar fuera la melancolía y arreglar la circulación. Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un nuevo noviembre húmedo y lluvioso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes; y, especialmente, cada vez que la hipocondría me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar metódicamente el sombrero a los transeúntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda. Es mi sustituto de la pistola y la bala. Catón se arroja sobre su espada, haciendo aspavientos filosóficos; yo me embarco pacíficamente. No hay en ello nada sorprendente. Si bien lo miran, no hay nadie que no experimente, en alguna ocasión u otra, y en más o menos grado, sentimientos análogos a los míos respecto del océano".
:hi:
Es un comienzo antológico.

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Re: Fragmentos

Mensaje por Feve » 21 Nov 2014 20:43

"¿Por qué hay que morir?, repitió Morgana. Pese a lo pequeña que soy, siento el paso del tiempo y el fin, tan corta es la vida.

- El fin de una vida no es el fin de los tiempos, Morgana, y la muerte de un hombre no es la muerte del hombre.

- ¿Qué me importa a mí que el hombre dure? Exclamó irritada. Lo que cuenta soy yo, y no el hombre. Lo detesto. Es un esclavo que se resigna a su suerte y acepta para tranquilizarse todas las tonterías sobre la eternidad que le sirven los iluminados y los charlatanes. Esas pamplinas de después de la muerte, con un paraíso o un infierno en el cielo, bajo tierra o vete a saber dónde, y unos dioses grotescos o vanos como los de los griegos y los egipcios, crueles como los de los fenicios o los cartagineses, ausentes como el de los judíos o locos como el de los cristianos. Una caterva de dioses que no son sino reflejo de la necedad, la locura o la perversidad de sus inventores. ¿Crees que a mí, Morgana, puede bastarme ser continuada por ese hombre cuya única permanencia es la de su estupidez? El fin de un ser es para él el fin de todo cuanto existe, y la muerte no puede ser esos cuentos ridículos, sino miedo, frío y noche.

- Hay que intentar construir con el espíritu y las manos una muralla frente al frío y la noche, un edificio en el vacío. Hay que intentarlo sin tregua. Es el deber absoluto del ser a quien le han correspondido en el reparto la conciencia, la imaginación y la previsión. Si esta tentativa engendra tontería o locura, qué mas da. Y hay que vencer el miedo. Es una cuestión de dignidad. La permanencia del hombre al que desprecias no es otra que la permanencia de ese estado de ánimo."

Michel Rio (Merlín)

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Re: Fragmentos

Mensaje por Monsieur Lange » 25 Nov 2014 17:02

Bueno, voy a colaborar, pero como soy un reconocido vago, solo voy a poner una línea:

"Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo".

Hale a adivinar de quien es este final. :hi:
"Esos chicos …/… hablando de los años veinte a veinticinco, revolviendo unos con otros como si todos fuesen unos .../… como si hubieran sido todos de la misma tertulia"
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Re: Fragmentos

Mensaje por Monsieur Lange » 25 Nov 2014 17:10

Bueno, ahora un principio. Algo más largo

"El teniente Jimmy Cross llevaba cartas de una joven llamada Martha, estudiante de tercer año en el Mount Sebastian College de Nueva Jersey. No eran cartas de amor, pero el teniente Cross no perdía las esperanzas, así que las guardaba dobladas y envueltas en plástico en el fondo de la mochila. Al caer la tarde, después de un día de marcha, cavaba su pozo de tirador, se lavaba las manos bajo una cantimplora, desenvolvía las cartas, las sostenía con las puntas de los dedos y se pasaba la última hora de luz cortejándola. Imaginaba románticas acampadas en las Montañas Blancas de New Hampshire. A veces saboreaba la solapa engomada de los sobres, porque su lengua había estado allí. Por encima de todo, deseaba que Martha lo amara como él la amaba, pero sus cartas, por lo general animadas, eludían todo lo que tuviera que ver con el amor. La muchacha era virgen, Cross estaba casi seguro. Estudiaba inglés en Mount Sebastian, y escribía de un modo hermoso sobre los profesores y las compañeras de cuarto y los exámenes semestrales, sobre el respeto que sentía por Chaucer y el gran afecto que le inspiraba Virginia Woolf. Citaba versos con frecuencia; nunca mencionaba la guerra, salvo para decir: «Jimmy, cuídate.» Las cartas pesaban 300 gramos. Estaban firmadas «con amor, Martha», pero el teniente Cross comprendía que «amor» era sólo un modo de despedirse y no significaba lo que él a veces quería creer. Cuando empezaba a caer la noche, devolvía las cartas con cuidado a la mochila. Lentamente, un poco distraído, se levantaba y deambulaba entre sus hombres revisando las posiciones; después, en plena oscuridad, regresaba a su pozo y vigilaba la noche mientras se preguntaba si Martha sería virgen.


Las cosas que llevaban eran determinadas, en general, por la necesidad. Entre las indispensables o casi indispensables estaban abrelatas P-38, navajas de bolsillo, pastillas para encender fuego, relojes de pulsera, placas de identificación, repelente contra los mosquitos, chicle, caramelos, cigarrillos, tabletas de sal, paquetes de Kool-Aid, encendedores, fósforos, aguja e hilo de coser, certificados de pago de haberes militares, raciones de campaña y dos o tres cantimploras de agua. En conjunto estos objetos pesaban entre cinco y siete kilos, dependiendo de los hábitos de cada hombre o de su metabolismo. Henry Dobbins, que era corpulento, llevaba raciones suplementarias; le gustaba en especial el melocotón en almíbar espeso mezclado con bizcocho desmenuzado. Dave Jensen, que no descuidaba la higiene ni en campaña, llevaba un cepillo de dientes, hilo dental y varias pastillas pequeñas de jabón que había robado de los hoteles cuando estuvo de permiso en Sydney, Australia. Ted Lavender, que no se quitaba el miedo de encima, llevaba tranquilizantes hasta que le pegaron un tiro en la cabeza en las afueras de la aldea de Than Khe a mediados de abril. Por necesidad, y porque lo mandaban las ordenanzas, todos llevaban cascos de acero que pesaban más de dos kilos incluyendo el forro y la cubierta de camuflaje. Llevaban las guerreras y los pantalones de faena de reglamento. Muy pocos llevaban ropa interior. En los pies llevaban botas para la jungla —casi un kilo—, y Dave Jensen llevaba tres pares de calcetines y una lata de polvos desinfectantes del Dr. Scholl como precaución contra el pie de trinchera. Hasta que le pegaron el tiro, Ted Lavender llevaba doscientos gramos de droga de la mejor calidad, que para él era una necesidad. Mitchell Sanders, el radio, llevaba condones. Norman Bowker, un diario. El Rata Kiley llevaba tebeos. Kiowa, bautista devoto, llevaba un Nuevo Testamento ilustrado que le había regalado su padre, que daba clases en una escuela dominical de Oklahoma City. Como defensa contra tiempos difíciles, sin embargo, Kiowa también llevaba la desconfianza de su abuela hacia el hombre blanco y la vieja hacha de caza de su abuelo. La necesidad imponía que llevaran más cosas. Como el terreno estaba minado y lleno de trampas, era obligatorio que cada hombre llevara chaleco antibalas de flejes de acero forrados de nailon, que pesaba dos kilos y medio, pero que en días calurosos parecía mucho más pesado. Debido a la rapidez con que podía llegarle la muerte, cada hombre llevaba al menos una gran venda-compresa, por lo común en la badana del casco para tenerla bien a mano. Debido a que las noches eran frías, y a que los monzones eran húmedos, cada uno llevaba un poncho de plástico verde que podía usarse como impermeable, como colchoneta o como tienda improvisada. Con el forro acolchado, el poncho pesaba cerca de un kilo, pero valía su peso en oro. En abril, por ejemplo, cuando le pegaron el tiro a Ted Lavender, usaron su poncho para envolverlo en él, después para transportarlo a través de los arrozales y por fin para alzarlo hasta el helicóptero que se lo llevó."

¿Quién comenzó así su libro?
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Re: Fragmentos

Mensaje por gatatitania » 25 Nov 2014 17:37

"Nació con el don de la risa y la intuición de que el mundo estaba loco". Es uno de mis inicios de libro favoritos (Rafael Sabatini, Scaramouche, 1921)

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Re: Fragmentos

Mensaje por Monsieur Lange » 25 Nov 2014 20:13

Otro final

y nadie, nadie sabe lo que le va a pasar a nadie excepto que todos seguirán desamparados y haciéndose viejos, pienso en Dean Moriarty, y hasta pienso en el viejo Dean Moriarty, ese padre al que nunca encontramos, sí, pienso en Dean Moriarty.
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