Lágrimas de cocodrilo
La mejor película de todas en las que intervino la pareja protagonista formada por Katharine Hepburn y Spencer Tracy. Ambos poseían en la pantalla una química inigualable, bastante realista y conseguida debido probablemente a la relación sentimental que mantenían en su vida privada.
Una de las más brillantes películas jamás rodadas sobre la guerra de sexos. Toda la aparente armonía y felicidad de un matrimonio moderno en el que ambos son abogados de éxito se altera en cuanto se enfrentan al mismo caso, basado en la acusación y la defensa de una mujer que ha cometido un intento de crimen pasional.
Toda la supuesta igualdad de géneros se pone en entredicho y se demuestra que la "tolerancia" masculina encubre un machismo solapado que en el fondo no admite que las mujeres tengan los mismos derechos, igualdad de oportunidades y éxito laboral que los hombres, pues ello se considera como un ataque a la hombría y un desmoronamiento de la sociedad patriarcal que con tanto celo se defiende todavía en muchas culturas.
Un Spencer Tracy magnífico, irónico, tremendamente divertido; una Katherine Hepburn llena de vitalidad y seguridad en sí misma, que destapa el machismo dentro de su propio hogar; las secuencias de los juicios, hilarantes; el vecino libre de complejos que hace la corte descaradamente a Amanda, causando los celos disimulados del marido, quien se creía tan ecuánime; la presión a la que la prensa somete a la pareja, poniendo en evidencia sus enfrentamientos... Por supuesto, la vida conyugal del matrimonio se resiente y da lugar a uno de los duelos interpretativos más sagaces y sensacionales que se puedan observar en una película.
Realmente merece la pena verla alguna vez en la vida.
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And that night...
La Costilla de Adán (Adam’s Rib) es posiblemente el mejor ejemplo cinematográfico de la guerra de sexos. Deliciosa comedia de George Cukor que consigue demostrar una vez más que Katharine Hepburn y Spencer Tracy rezuman química por cada uno de sus poros. Excelente guión que resalta aún más la vis cómica natural de la pareja protagonista, centro de atención absoluto del largometraje. Los diálogos son una verdadera joya.
La película es de 1949, pero sigue siendo perfectamente actual y divertida para el espectador de nuestros días, prueba de que los clásicos bien contados nunca se pasan de moda. También ayuda que la película esté ambientada en los Estados Unidos de los años 40, cuando la mujer ya podía conducir, luchar por su igualdad y hasta llevar los pantalones (que se lo pregunten a Adán…) y, además, la mujer en cuestión es ni más ni menos que Katharine Hepburn, moderna para su época y una gran e irrepetible actriz. El espectador inteligente, no obstante, sabrá transportarse a la época y amoldarse a ciertas expresiones ciertamente superadas, lo que no impide reconocer que la película es, en efecto, un clásico siempre actual.
Lo mejor, sin duda, las escenas cotidianas de la vida matrimonial del dúo Tracy-Hepburn. Grandísimo Spencer Tracy, que nunca defrauda, pero en esta comedia se mueve como pez en el agua. Atención a las expresivas caras del actor, y a las escenas más divertidas del juzgado (mítica la secuencia de “debajo de la mesa”).
Si hay que poner algún pero, quizá sea la excesiva duración de la escena del primer interrogatorio a la acusada, y, en opinión de algunos, lo repetitivo de “Mi fiel Amanda”, por otra parte, todo un sello de identidad.
En resumen, bravo Katharine y bravo Tracy. Imprescindible en cualquier lista de grandes obras maestras.
Es un deleite ver cómo se suceden las escenas en la casa, (“that evening…”), la primera en la cama mientras desayunan y leen en el periódico la noticia del intento de asesinato por parte de una esposa enfurecida a su inaguantable marido y la amante de éste, lo que desata la rivalidad entre los Bonner por los diferentes puntos de vista, batalla que acabarán trasladando al juzgado, él como fiscal y ella como abogado, y que les costará más de un disgusto en su convivencia conyugal. En realidad, el simple caso que se juzga es para ella una lucha personal por la igualdad de la mujer, y para él una lucha por confirmarse como un excelente letrado y, además, ganarse la admiración de su esposa. Lástima que no defendieran la misma causa…
Al principio parecen sobrellevar la lucha con buen humor y no pasa de las puertas del tribunal, pero ambos terminan por enzarzarse en exceso y ven peligrar su matrimonio. Ninguno quiere dar su brazo a torcer hasta que la cosa se les va de las manos y van demasiado lejos, aunque los dos son demasiado orgullosos como para reconocerlo. Cerca llegan a estar de separarse, pero una última jugada les hace entrar en razón. En cierto modo, ambos son ganadores, pues ella gana el caso ante el tribunal basándose en la igualdad de derechos, pero él consigue hacer ver a su obstinada esposa que nadie debe quebrantar la ley a su antojo.
“And that night…” terminan con el famoso “¡viva la diferencia!” y sellando su reconciliación. Una sutil bofetada al machismo. Inolvidable.
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Una guerra de sexos muy divertida
El es fiscal y ella abogada. Ambos se aman y son cariñosos hasta la cursilería: él le llama a ella pocholita, y ella a él pocholito. El está obsesionado con la defensa purista de la ley, mientras que a ella le preocupan más los motivos del comportamiento humano y, sobre todo, los derechos de la mujer.
Es una comedia ágil y entretenida que aparenta ser un alegato feminista pero que cae en bastantes tópicos y estereotipos machistas, por ejemplo la necesidad de demostrar la fortaleza física de la mujer, una de las pruebas del juicio, para merecer la igualdad; o la ridiculización del hombre, el fiscal protagonista, como consecuencia de los avances de la mujer, la abogada defensora. Aún así tiene algún valor positivo como poner de relieve la doble moral patriarcal y el trato privilegiado que en la práctica se concedía en los tribunales de muchos países al marido que "defiende su honor" asesinando a su esposa infiel.
No obstante, es una comedia progresista con un guión inteligentísimo y sutil, narrada con audacia y convicción y con continuos guiños intelectuales. La interpretación de unos actores de lujo no tiene fisuras. La elegante forma física de Hepburn y la seguridad de Tracy como actor merecen la admiración en cualquier película, pero en ésta los protagonistas han de aportar además un toque de aguda agresividad.
Además, hay algunas escenas memorables, como las discusiones del matrimonio Bonner, un tira y afloja entre el campo profesional y el amoroso. Ah, y no nos olvidemos de la pegadiza y simpática canción de "Farewell Amanda".
Todo un clásico del género de obligada visión para los amantes del cine clásico.