He terminado
800 páginas que cubren 15 años de la vida del que fue denominado "el arquitecto de Hitler" y que formó parte del gabinete del gobierno nacionalsocialista como ministro de armamento. Las primeras 300 páginas son muy interesantes, pues hace repaso de sus proyectos arquitectónicos, desde la escenografía para el mitin del 1 de mayo de 1933, pasando por el del congreso del partido en Nuremberg del mismo año, el funeral de Hindenburg (1934), la reforma del Zeppelingfeld de Nuremberg (1934), el Campo de los Congresos del partido (que incluye el estadio, la avenida de los desfiles y la sala de congresos) también en Nuremberg (1937), el pabellón alemán de la exposición universal de París (1937), la nueva cancillería (1939) el ambicioso proyecto de la remodelacion urbanística de Berlín (con el arco del triunfo, la gran sala, el palacio de Hitler y un largo número de edificios oficiales y privados).
Los años que corresponden a su vida estrictamente política también son muy intersantes, tanto por lo que dice como por lo que calla. Es sabido que Speer fue condenado a 20 de prisión fundamentalmente por haber utilizado prisioneros de los campos en la industria (las llamadas industrias mixtas). No lo niega, pero llegado el momento niega que la iniciativa partiese de su ministerio (la atribuye a las SS) e incluso afirma que en algunos casos (las fábricas del valle de Harz o las de Linz) se preocupó por mejorar la seguridad y el confort de dichos trabajadores.
Sobre el asunto concreto de los campos de concentración y exterminio, Speer es notablemente sibilino. Afirma no haber conocido personalmente ningún campo, ni visitó ninguno ni manejó documentación sobre ninguno. No hizo preguntas nunca, a nadie. Esto resulta increíble. Dice tener en 1944 noticias indirectas y terribles sobre, cree él, Auschwitz. Dice tener plena noticia de la existencia de los campos en el el juicio de Nuremberg. Reconoce, sin embargo, no haber querido saber nada del asunto y, por ello, se reconoce en parte responsable de lo que allí ocurrió, "ya que, por miedo a descubrir algo que me habría obligado a ser consecuente, cerré lo ojos".
Lo que dice del trato con Hitler también resulta interesante. Confiese en diferentes ocasiones su más abierta admiración por la persona, reconoce también en muchas ocasiones los enormes errores y la nula preparación de Hitler y de diferentes miembros del gobierno, y termina confesando (ya en 1945, en el búnker de la cancillería) su "compasión para con el vencido". El cuadro que pinta de sus últimos encuentros con Hitler me recordó vívamente el tono de Der Untergang.
Por otro lado, Speer cuida su imagen de buen alemán que, perdida la guerra, se preocupa de evitar la destrucción de las infraestructuras, limitar la política de tierra quemada, desviar la responsabilidad hacia los gobernantes (y él mismo) y no hacia el pueblo. Si eso es real o fingido, no lo sé.
