Hablando de “cine de terror”…
Me habían recomendado esta película (
La noche devora el mundo, 2018) y, por ser bueno y condescendiente, perdí ayer más de hora y media viendo otro producto insustancial sobre zombis.
La diferencia aquí con las constantes más habituales del género es que asistimos a la soledad del protagonista durante toda la película (salvo los veinte minutos o media hora en que aparece otra superviviente, una Golshifteh Farahani desaprovechada), pero es una soledad rutinaria, sin momentos dramáticos que valga la pena reseñar, y donde los recursos, como lo de desahogarse hablándole a un zombi que quedó atrapado en un ascensor (Denis Lavant, quien no tuvo, me temo, que memorizar muchos diálogos) no funcionan, quizá porque las reflexiones son (en mi opinión) irrelevantes.
La película es lenta a conciencia, como si eso fuera a darle caché en ciertos ámbitos, y tiene un final abierto de corte simbólico (alcanzar las terrazas como liberación… no sé, ¿mística?), todo lo cual puede que la convierta mañana en una “joya de culto” entre los amantes del “cine indie”, ya que parece que todo en esta vida va por bandos y sectas. Aun sin que se me escape la falta de presupuesto, yo la calificaría como MALA.
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Tal y como yo lo veo, el cine de zombis parte de una licencia que, de entrada, lastra su verosimilitud, de modo que hay que ganarse al espectador con los recursos de montaje y unos planos y atmósfera convincentes (como, por ejemplo, hizo Romero en la del 68 o, recientemente, Boyle, al que por cierto copian aquí: el protagonista se queda dormido y amanece en el Apocalipsis), licencia que no es otra que la contradicción (flagrante) que hay entre estar muerto y que la materia del cadáver no se pudra. Boyle (o su guionista, Garland) lo apañó de una forma más o menos resultona: un virus de la familia Rhabdoviridae (vamos, la rabia u otro emparentado con ella) habría provocado el brote inicial (el mono que muerde al ladrón) y a partir de ahí se habría producido una cadena infinita de contagio, con los "enfermos" cerebralmente muertos (por así decirlo) pero, no obstante, hiperactivos (como los animales que sufren rabia encefálica durante el primer estadio de la enfermedad). Cierto que un patógeno de laboratorio no prende así como así (como... digamos, una chispa en el monte), pero al menos funciona “narrativamente”. Sin embargo, la mayoría de estas peliculitas se saltan a la torera la “explicación científica”.